A la orilla de la carretera (crónicas desde Chilpancingo), de Vicente Alfonso / Miguel Ángel Hernández Acosta
“Las becas y los premios no pueden ser el objetivo en un país donde hay millones de niños sin acceso a educación, donde a diario desaparecen muchachas y jóvenes por sus ideas políticas, donde hay madres que se pasan años clavando varillas en la tierra para dar con los cadáveres de sus hijos…”
En 2016, por razones de trabajo de su esposa, Vicente Alfonso (Torreón, 1977) se mudó a Chilpancingo, Guerrero, “la peor ciudad para vivir en México”. En este territorio no sólo atestiguó de forma cotidiana la inseguridad, la corrupción y una escasez de servicios públicos, sino que supo que debía estar listo para enfrentar una balacera entre los grupos delincuenciales que aterrorizan las calles o tener la conciencia de que cada que alguien se despide de un familiar puede ser la última ocasión que lo vea. Ante esta realidad, Alfonso, narrador y periodista, emprendió un relato en el cual, a través de datos duros y la observación, así como de rumores e historias de segunda mano, pone ante el lector el mapa de un sitio que parece vivir siempre de noche.
A la orilla de la carretera (crónicas desde Chilpancingo) (UANL, 2021) es heredero de dos libros que también narraron a un estado que parece estar podrido desde hace muchos años: Guerra en el Paraíso, de Carlos Montemayor, y Acapulco, de Ricardo Garibay. Ambos libros causaron que sus autores fueran perseguidos o vigilados por el Estado, así como que vivieran una transformación ética tras la cual las palabras fueron incapaces de demostrar en su totalidad el terror experimentado en esas tierras arrasadas por el narco, el crimen y los políticos corruptos (y aun así generaron muchos resquemores en la élite en el poder).
En este libro, Vicente Alfonso muestra lo que a diario observa cuando sale a trabajar o al llevar a su hija a la escuela (balaceras, persecuciones, asesinatos). Además, narra las historias de los desaparecidos que sólo algunas veces llegan a la denuncia formal, pues se sabe que los encargados de perseguir a los criminales nada harán por ayudar a los familiares de las víctimas, o sí: “Antes las autoridades dejaban a los familiares buscar a sus desaparecidos. Veían algo que les recordaba a su familiar y órale, a escarbar. Entonces el emepé argumentaba que la escena ya estaba modificada y así era más fácil darle carpetazo”, según cuenta Antonio García Conchas, un médico forense y perfilador criminal.
En este Chilpancingo hay cientos de bolsas negras con basura en las calles, porque el servicio de limpia se declara en huelga o porque no hay un tiradero municipal a dónde llevar esos desperdicios. También, a veces, esas bolsas contienen cuerpos y aunque el Ministerio Público o el Servicio Médico Forense las recogen, luego deben llevarlas de un sitio a otro, pues las morgues están saturadas y ya no hay espacio para tantos cuerpos sin identificar, producto de la violencia que vive Guerrero (y el país, en general). En este Chilpancingo circulan listas de la muerte vía WhatsApp o Messenger en donde los delincuentes señalan a sus próximas víctimas, “e incluyen nombres, apellidos, sitio de trabajo, horario y dirección”. En este Chilpancingo los universitarios desaparecen de cotidiano, y las instituciones de educación no pueden siquiera darles un poco de seguridad. Y es que, aunque en este Chilpancingo las calles estén muy vigiladas, los militares temen toparse con los retenes extrajudiciales, pues algunos de éstos “son controlados por los cárteles y las autodefensas que imponen sus propias revisiones” y ante ellos no hay nada qué hacer. Es tal la situación en esa zona, que Alfonso se cuestiona: “Cómo estarán las cosas acá que hay quienes se fueron de jornaleros a Sinaloa buscado un sitio más seguro”.
Sin embargo, A la orilla de la carretera… no es sólo un libro de crónicas periodísticas que denuncian el estado como sobreviven los guerrerenses. Es también el seguimiento de su autor para conocer de dónde obtuvo Carlos Montemayor los datos para escribir (y reportear) la novela antes citada, así como el momento cuando pasó de su obsesión por los griegos hasta convertirse en un conciliador entre grupos “insurrectos” y el gobierno. Es el análisis de un libro y sus implicaciones en la realidad actual del país. Es el subrayado de esas frases que adquieren sentido para un lector que muchos años después conoce y recorre la Sierra de Atoyac de la que se habla en Guerra en el Paraíso. Es el repaso por las luchas de izquierda, comunitarias, de universitarios y políticos que conformaron la segunda mitad del siglo XX mexicano. Sin embargo, quizá parte de la ejemplaridad de este tomo se encuentra en la transformación ética de su autor, Vicente Alfonso, quien llega a preguntarse qué tan alejada está la literatura de lo que se vive a diario en México: “Las becas y los premios no pueden ser el objetivo en un país donde hay millones de niños sin acceso a educación, donde a diario desaparecen muchachas y jóvenes por sus ideas políticas, donde hay madres que se pasan años clavando varillas en la tierra para dar con los cadáveres de sus hijos. No se trata de traer nada aquí, se trata de dejar de vivir como si fuésemos los poseedores de la verdad única, como si sólo mis intereses y mi perspectiva fuesen válidos. Como en su momento lo hizo Montemayor, me pregunto si mi trabajo como escritor sirve aquí tanto [como] el de quienes saben herrar, sembrar o producir carbón”.
Y es que, en su pesquisa, acude a finos restoranes donde se entrevista con escritores de renombre, pero también acude a auditorios casi vacíos en los que líderes comunitarios establecen posibles sistematizaciones para combatir al crimen; va a escuelas donde los niños de primaria estudian en un único salón; se sube a camionetas vans en las que, amontonadas, viajan las personas que van de un lado a otro de Guerrero buscando cómo ganarse la vida; platica con un jardinero quien le ofrece sus servicios como gatillero, y acude a la prisión en la que todos los estereotipos que tenemos se quedan cortos con lo que Vicente Alfonso ve. De lujo y hambre, como diría Garibay.
Una versión previa de este libro obtuvo el Premio Bellas Artes de Crónica Literaria Carlos Montemayor en 2018. Las conversaciones que mantuvo Vicente Alfonso con otros escritores, periodistas, líderes comunitarios y guerrerenses ocasionaron que ese texto creciera y se transformara en A la orilla de la carretera… Si bien en estas páginas aún se aprecia al narrador de El síndrome de Esquilo o Partitura para una mujer muerta, ahora la voz que habita estas palabras está cargada de una retórica literaria que denuncia y cuestiona, que narra y comparte, que intenta señalar que estas crónicas reconstruyen un contexto histórico, pero al interpelar al lector sobre su parte de responsabilidad en esa gran noche negra que viven estas zonas, lo hace adquirir conciencia de una realidad diaria de la que es necesario saber para, tal vez, intentar transformarla.
Sin duda, un excelente libro.