Adiós Milan, por Daniel Salinas Basave

“Se fue uno de mis narradores tótem, de los que marcó la temprana juventud. Mi camino de vida como lector no habría sido el mismo sin Kundera.”


El universo Kundera fue mi templo y mi altar literario a mediados de los 90. Si conviviste conmigo cuando yo tenía entre 18 y 22 años, lo más posible es que me hayas encontrado con un libro del checo en la mano. Entre sus páginas encuentro boletitos de camiones urbanos regios y apuntes universitarios. Empecé con El libro de los amores ridículos por recomendación de un maestro que teníamos en el Albatros a quien llamábamos El Tex, pero la verdadera sacudida ocurrió cuando leí La insoportable levedad del ser a los 17 años. Yo iba abandonando la adolescencia y francamente me voló la cabeza. Fue la primera novela filosófica, psicoanalítica, ensayística, onírica y elegantemente erótica que leí en mi vida. La primera gran explosión del arte mayor de la novela moderna en mi entonces joven cabeza. La novela se la tomé prestada a mi tía Patricia Basave, (un préstamo de más de treinta años) en colección Andanzas de TusQuets, 1989, segunda reimpresión mexicana. Desde entonces me leí absolutamente todo Kundera.

Particularmente fascinante me pareció La vida está en otra parte y El libro de la risa y el olvido. Sí, el recuerdo de aquellos años tiene para mí un inocultable tufo kunderiano. Hay narradores capaces marcar un momento de la vida y Kundera fue uno de ellos.

Pero la juventud no es eterna y la fascinación por nuestras plumas sagradas tampoco. Algo sucedió con el Milan moderno que rompió el embrujo. ¿Fue mi edad y  madurez emocional? ¿O fue el estilo de un narrador que abandonó el checo para pasar al francés?

Hace algunos años, en la reseña de La ignorancia, escribí sobre un Milan Kundera extraviado como Ulises en busca de su Ítaca literaria. Lo siento, pero el Kundera afrancesado de La lentitud, La identidad y La ignorancia, me resulta una opaca sombra del Kundera checo de La broma o La vida está en otra parte.

Otro tema es el Kundera ensayista, que me parece monumental. En sus ensayos  fue siempre fiel a sus obsesiones, tanto, que me cuesta trabajo encontrar diferencias sustanciales entre obras como El telón, Los testamentos traicionados o El arte de la novela. Da la impresión de que toda la obra ensayística de Kundera sea, en primera instancia, una reflexión sobre los motivos de los creadores, pero ante todo, una defensa a ultranza de la novela y del arte  como la gran trinchera frente al absurdo del totalitarismo o la dictadura de lo banal. El checo fue siempre fiel a sus faros narrativos: Rabelais, Kafka, Cervantes, Dostoievski, Roth, con sus habituales guiños a sus amigos latinoamericanos, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. 

Aunque se mantuvo rigurosamente ajeno a la política y fue reacio a las entrevistas, demasiadas páginas de sus ensayos derrochan actualidad. Por ejemplo,  Kundera escribió que el terrible drama de Europa central y del este durante buena parte del Siglo XX, fue que sus habitantes se iban por la noche a dormir sin saber si su país seguiría existiendo al día siguiente. Increíblemente los ucranianos siguen viviendo esa pesadilla en 2023.

¿La vida está en otra parte? Mientras los demonios sueltos de aquellos años noventa hacían brotar las aguas negras del sistema político mexicano, mi mente deambulaba por la Praga de los sesenta diseccionando la filosofía de la historia en el doblez de un gesto erótico. Yo trabajaba entonces en librería Castillo en Monterrey y tuve oportunidad de entrarle de lleno a su obra completa. Podría hablar de lo que cada libro de Milan significó en mi vida, de que el primer texto literario que publiqué en Baja California hace casi 20 años, fue un ensayo sobre su obra La ignorancia en la revista Arquetipos del Cetys a invitación de Patricio Bayardo. Podría hablar de la helada mañana de noviembre de 2004 en que Carol y yo fuimos a parar a la nevada estación de su natal Brno cuando íbamos en ruta hacia Austria, pero inevitablemente me puse a pensar en cómo narraría el checo los absurdos y las terribles contradicciones de esta época de vocación totalitaria en donde parece haberse perdido el sentido del humor y en donde los tribunales inquisitoriales y los talibanes de las redes emprenden juicios sumarios y dictan sentencias de muerte.

 Kundera supo anteponer la ironía y los múltiples dobleces del erotismo frente al espectáculo de la política y sus equívocos; la complejidad e ingobernabilidad del amor frente a la máquina totalitaria y la muerte de la broma, petrificada en la falsa sonrisa del realismo socialista.

El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados, sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo; y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido”.  Se fue uno de mis narradores tótem, de los que marcó la temprana juventud. Mi camino de vida como lector no habría sido el mismo sin Kundera.

Salucita Milan. Karenin ya está listo para ayudarte a cruzar al Río.

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