“Las cartas del Boom” de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa / Por Miguel Ángel Hernández Acosta
“Hay excelentes libros y obras que son nuevos clásicos, pero la figura del escritor con el aura de intelectual, comprometido con su entorno, cuyos vaivenes en la calidad de sus obras son mínimos (casi) ya no existen. Pero no es una cuestión de calidad, sino del contexto mismo; uno en que la ciudad letrada ha dejado de existir y se ha impuesto un mundo de celebridades dirigido por el mercado.”
Las cartas del Boom plantean múltiples lecturas. Una primera es la que permite conocer a este grupo de escritores latinoamericanos que por medio de misivas estrecharon una amistad; dieron cauce a sus obsesiones compartidas; platicaron, criticaron y elogiaron a la tradición literaria y a sus contemporáneos, y creyeron que estaban transformando la manera como se escribía hasta entonces. Cortázar, el mayor de ellos, muestra tintes paternales tanto en el afecto irrestricto por los jóvenes como en los llamados de atención (¿regaños?) cuando sus amigos no comparten sus ideales políticos o, según su perspectiva, le hacen el juego al imperialismo norteamericano. Carlos Fuentes, cuya primera carta al argentino es la que abre el volumen, es un joven culto, que congrega y sabe reconocer las cualidades de los otros; sin embargo, también es ése a quien le corrigen sus escritos y parece no atender las recomendaciones a pesar de prometer lo contrario. García Márquez es el dicharachero, quien se queja por la falta de dinero, el que va inventando una mitología a su rededor y quien, a veces, parece que conoce la forma de dar a todos por su lado, aunque intrigue detrás de los amigos. Vargas Llosa, por su parte, es quien menos escribe de los cuatro, pero quien analiza la literatura siempre, a pesar de hacerlo sólo por dinero (según confiesa en una carta a José Donoso). Esta lectura es interesante por lo que descubre de estos autores, por los mitos que permite desmontar (por ejemplo, que García Márquez se dedicó por completo a la escritura de Cien años de soledad sin aceptar ningún otro trabajo) y porque en las propias cartas uno reconoce a los escritores de las novelas, los libros de cuentos y ensayos, así como de las obras de teatro que se transformaron en clásicos de nuestra literatura. Esta lectura, como sucede con la palabra “Fin” en Rayuela, puede acabar aquí. “Por consiguiente el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue”…
La segunda lectura, casi al estilo del tablero de dirección de la novela recién citada, es cotejar algunas de las cartas con los ensayos, entrevistas y documentos que se incluyen en los “Apéndices” del libro (sólo que aquí, en lugar de seguir el tablero, bastará leer las notas al pie donde se da cuenta del texto correspondiente). Asimismo, resulta útil la cronología y el índice de cartas, pues todo ello redimensiona aquello que se afirma dentro de las misivas. En este sentido, las cartas en las que Fuentes y Vargas Llosa felicitan al colombiano por la publicación de Cien años de soledad se complementan con los ensayos al respecto publicados entonces por el mexicano y el peruano; o el cariño y respeto que sienten por Cortázar queda de manifiesto en los textos publicados tras su muerte por García Márquez y Fuentes. A esto se suman textos contextuales que se muestran en la cronología, los cuales dan un panorama mayor de lo que se presenta. Por ejemplo, tras conocer las cartas el lector sabe que García Márquez se enemistó con Vargas Llosa (a pesar de que el último dictó cursos y dedicó su tesis de doctorado a estudiar la obra del colombiano y que en la edición conmemorativa de Cien años de soledad se incluyó un texto del peruano), pero a la muerte del primero, Vargas Llosa señala: “Ha muerto un gran escritor, cuyas obras dieron gran difusión y prestigio a la literatura de nuestra lengua. Sus novelas le sobrevivirán y seguirán ganando lectores por doquier. Envío mis condolencias a su familia”. Este apunte, sin duda, redimensiona la figura del ahora Nobel peruano-español.
Otra lectura posible es quizá la más estimulante. Esta está dirigida por los cuatro editores: Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, quienes lo primero que ponen en claro son las reglas del juego: consideran autores del Boom a aquellos quienes “1) escribieron novelas totalizantes, 2) forjaron una sólida amistad entre ellos, 3) compartieron una vocación política y, 4) sus libros tuvieron una gran difusión e impacto a nivel internacional”. Además, a decir de los editores, los autores del Boom compartieron un proyecto marcado por lecturas, escritos, redes de amistad, participación en revistas, vínculos con autores y críticos latinoamericanos, recomendaciones a editores y traductores sobre las obras de sus amigos, así como el reconocimiento de sus pares y la crítica. En esta lectura resultan claves las notas al pie de los editores, pues restituyen las cartas al contexto cuando fueron escritas; proporcionan datos que permiten comprender la mayoría de las referencias que ocupan Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa en sus cartas; proporcionan información fundamental para entender si lo asentado en las misivas está verificado o no, si se llevó a cabo o no, si se quedó en un simple proyecto, o si fue confirmado o contradicho en un futuro. Además, los editores incluyen textos al inicio de cada una de las partes del libro que habilitan el disfrute del contenido al dar sentido a datos sueltos, fechas o nombres que han dejado de estar en el registro de los lectores o no le dicen mucho.
Dice Carlos Fuentes en La nueva novela hispanoamericana: “Inventar un lenguaje es decir todo lo que la historia ha callado”. Estas cartas permiten, además, saber algunos puntos que estos autores también silenciaron: el uso de maletas diplomáticas para enviar manuscritos de los amigos; las recomendaciones para ir con editores, conseguir publicaciones, unificar opiniones respecto a textos… Y es en esta parte cuando el lector queda más lejos de ellos, pues los ideales políticos hoy no parecen tan fundamentales para los escritores; porque la realidad en que un autor latinoamericano podía viajar en calidad de intelectual parece haber quedado atrás; porque con el paso de los años se terminó por comprender que García Márquez fue fiel a Cuba y a Fidel Castro; que Carlos Fuentes dijo aquello de “Echeverría o el fascismo”; que Cortázar en sus últimos años dedicó más tiempo a la política que a su literatura, y se vio envejecer a Vargas Llosa con todo lo que eso implica. Sin embargo, quizás estas aparentes contradicciones ya habían sido presentidas por el propio García Márquez quien en 1971, en una conversación con Vargas Llosa (véase Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina [2021]), apuntó: “un autor que no se contradice es un escritor dogmático, y un escritor dogmático es reaccionario, y lo único que yo no quisiera ser es reaccionario”. Y no lo fue; no lo fueron…
Las cartas del Boom tiene una virtud que resulta difícil de asimilar: esos cuatro gigantes de la literatura se creían tal, pero también lo eran; trabajaban infatigables en sus obras y se nutrían de todo cuanto los rodeaba; fueron los valientes que se sentaron a escribir y trabajar al mismo tiempo (a pesar de que el mito diga que se convirtieron en los primeros quienes se dedicaron cien por ciento a su escritura); construyeron una trayectoria y un lugar en la literatura que pueden defender con varias, muchas, de sus obras. Lo difícil de comprender es que tras ese fenómeno editorial no hay autores que se puedan comparar a los del Boom en las siguientes generaciones. Hay excelentes libros y obras que son nuevos clásicos, pero la figura del escritor con el aura de intelectual, comprometido con su entorno, cuyos vaivenes en la calidad de sus obras son mínimos (casi) ya no existen. Pero no es una cuestión de calidad, sino del contexto mismo; uno en que la ciudad letrada ha dejado de existir y se ha impuesto un mundo de celebridades dirigido por el mercado.
En Conversación en la Catedral (1969), Vargas Llosa mostraba una cierta desilusión de lo que ocurría en los años del Boom: “Santiago curioseó antiguas revistas limeñas, Variedades y Mundial piensa, separó las que tenían artículos de Mariátegui o Vallejo. // —Cierto, entonces los peruanos leían en la prensa a Vallejo y a Mariátegui —dijo Carlitos—. Ahora nos leen a nosotros, Zavalita, qué retroceso”… Si eso anotaba el peruano entonces, qué habremos de sentir nosotros que comprendemos que estos cuatro autores hasta en sus cartas se mostraban como escritores, mientras hoy abunda la literatura que se sustenta simplemente en la anécdota.
Las cartas del Boom es un gran libro por su contenido, más todavía por lo que logran con él sus editores, pero también porque, como las grandes novelas, nos deja con más preguntas que certezas. Un par de ellas podrían ser: ¿qué es hoy la literatura latinoamericana? ¿Existe?
Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Las cartas del Boom. Edición de Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos. México: Alfaguara, 2023.