“Nadie duerme en el mundo” de Alejandro Paniagua Anguiano / por Adriana Dorantes

“…explora… la sombra extenuante que se posa sobre una pareja y que hace que la convivencia se torne en un auténtico infierno…”


Es fácil creer que una de las razones que hacen que una pareja fracase es la infidelidad. Y sí, no hay duda de ello, pero sólo eso sería muy simple e incluso predecible. Podríamos pensar también que las dificultades pueden estar en la falta de comunicación o en una incomodidad con el otro, en la aburrición, en la rutina. Todas estas cosas son reales e influyen, pero se siguen quedando en el margen de lo que ya se sabe y de lo que se espera.

Alejandro Paniagua Anguiano decide explorar en los conflictos de pareja a partir de la enfermedad y de la sombra extenuante que se posa sobre una pareja y que hace que la convivencia se torne en un auténtico infierno. Porque la enfermedad también empuja a la falta de comunicación, a la distancia, a las dudas y también a las infidelidades. La enfermedad en Nadie duerme en el mundo es la silenciosa pauta por la que sus personajes se desmiembran y se descolocan.

El narrador es un velador en una bodega de escaleras. Andino es su pareja e Itzuri, su hija. Andino ha superado una enfermedad, pero la constante presencia de ésta comienza a metérsele en la cabeza. Su tumor (ya extirpado con éxito) vuelve para atormentarlo, primero de manera metafórica y luego de manera física. El solo pensamiento de la enfermedad y su posible regreso es suficiente para hacer que Andino comience a perder el suelo: su tumor, al principio imaginario, tiene una presencia tan fuerte en su vida que comienza a tener una voz y se convierte en un ser capaz de articular pensamientos y de penetrar la mente de Andino, quien poco a poco cede a las palabras de su tumor (que eventualmente se hace incluso de un nombre, como si de una persona de carne y hueso se tratara).

La narrativa de Alejandro Paniagua Anguiano es muy asertiva, el autor es cuidadoso con el lenguaje y con lo conciso del mismo; entiende perfectamente cómo construir vetas interesantes e inolvidables de sus personajes a partir de detalles cotidianos e inesperados: un sillón, por ejemplo, una señora que reza, un juguete o la inaudita profundidad que hay en una serie de escaleras apiladas en una bodega.

En esta novela, igual que en Tres cruces, regresa al uso de capítulos breves con títulos perfectamente colocados y muy sugerentes. Con esta estructura el autor se permite escribir escenas como si fueran estampas, se vale de los sueños, de los recuerdos, de pequeños detalles que poco a poco van abonando a la construcción de sus personajes y de su historia.

Nada es gratuito en Nadie duerme en el mundo, y cada suceso abona y tiene su razón de ser. La oscuridad, la soledad, el miedo, son algunos de los temas que se van enredando conforme avanza la trama. Y el final, trágico pero necesario, nos recuerda, con una amargura tan familiar que estremece, lo difícil que es en la vida tener finales felices.

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