“Letras de Pachuca” (AA. VV.) / Por Miguel Ángel Hernández Acosta
“…es de celebrarse esta compilación que ofrece una amplia gama de registros…”
Sólo está ella con sus brazos como ramas y su hogar como fortaleza que resiste en tierras áridas y estériles, que aguarda por mí para limpiarnos del salitre que nos brota de los ojos y evitar así que esa sustancia salina nos seque la vida una vez más.
“Brazos como ramas”, Yosselin Islas
Pachuca es una ciudad que se oculta al extranjero y se revela sólo al interior de las casas; es la de la famosa barbacoa y los pastes, pero mucho más la de las chalupas, por las noches, en cocheras a las que sólo los oriundos saben llegar. Es la “bella airosa”, ésa que (dicen) es el único lugar donde Luis Miguel no logró “prender” a su auditorio. Es el sitio entre cerros que a mediados del siglo XX estaba destinado a ser punta de lanza debido a sus minas, pero que terminó siendo un páramo en el que los recuerdos del oro y la plata son cerros contaminados llamados “jales”. Es el paso de miles de turistas que van a Real del Monte, a los balnearios, a las grutas, al bosque y que sólo se detienen un momento a contemplar el reloj monumental y luego siguen su camino. Es el hogar de l@s Tuz@s, el equipo de futbol que importó a México las “barras” argentinas. Es muchas ciudades y épocas, muchos rincones, y es, también, lo que cuentan 41 autores y 16 artistas visuales en Letras de Pachuca (Los Libros del Sargento, 2024).
Compilado por Xavier Rodríguez Casas, con la participación de Ana Liedo Lavaniegos, directora General del Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca, este libro hace visible el trabajo de los creadores de la ciudad y permite conocer el estado actual de su obra. En este sentido, crea una realidad textual que recorre desde el Pachuca tradicional (el Reloj, las calles del centro, las escuelas a las que todo mundo quería ingresar, la Universidad y los mercados) hasta la zona militar a unas cuadras del territorio donde creció y vivió Heriberto Lazcano (el Lazca, el exjefe de Los Zetas).
Las diferentes historias van a las colonias Juan C. Doria y Morelos, a los barrios altos, y se escabullen entre personas que aún son recordadas o quienes se volvieron referencia en una ciudad donde aún hoy parecen conocerse todos. Hay en este recorrido una nostalgia del pasado de quienes escriben, una especie de melancolía que recuerda los años cuando Pachuca se podía cruzar a pie, cuando la mayor diversión era pasar la tarde en la calle de Guerrero. “Crecí caminándote de inicio a fin, sintiéndote mi casa, parte de mí; cuando eras la calle para pasear, para comprar, para comer, para referenciar… para todo”, dice Alma Santillán acerca de este mundo contenido en unas cuantas cuadras. Sin embargo, a esta melancolía la rompe la visión actual de, por ejemplo, Enrique Olmos: “–Oye, ¿y qué es lo mejor que puede hacerse ya estando ahí en Pachuca? // –Irse”.
Algunos de los autores van y vienen por una geografía que pronto se les vuelve familiar porque ahí descubren la amistad y el amor. Julio Romano apunta: “A veces, inesperadamente, en el camino por el que uno no está seguro de que deba seguir andando, aparece una luz que lo hace resplandecer todo. Ilse es esa luz”, y con esta declaración se presiente que en ese territorio ha encontrado aquello que lo mantendrá atado a la capital hidalguense.
Para otros, como Ilallalí Hernández, Pachuca es además el lugar de la memoria, pero no esa que se construye a partir de “monumentos, edificios de otros tiempos, fallidas obras públicas y dinastías ramplonas de políticos”, sino la que está basada en la memoria de un perro querido, a quien se recuerda echado en el “polvo destellante de los jales” mientras otra de sus mascotas brincaba como si recorriera la superficie lunar.
Además, en estas páginas están los personajes y sitios que se han convertido en mitos (un hombre tras una barra sirviendo jaiboles, una entidad “fantástica” que deambula por los cerros, una virgen momificada que habita la iglesia San Francisco, los vagabundos que todo mundo identifica, la zona “roja” y el prostíbulo El Abanico), así como hechos que al ser tan personales adquieren una corporeidad y perspectiva tan íntima que los vuelve memorables.
Ilse S. Sánchez Quintero evoca en un bello poema: “Pachuca es la naturaleza indómita del aire / que parece amenazar a todo aquello / que no tenga las raíces bien seguras / o no sea consciente de ellas”. L@s autores de esta compilación ya se arraigaron a un territorio y sus raíces atraviesan estas páginas en forma de crónica, de cuentos, de poemas, de recuerdos, así como de fragmentos de obras publicadas previamente.
Letras de Pachuca da cuenta también de un sector cultural dividido en grupos que cada cierto tiempo se redefinen. Esto se aprecia en algunas indirectas que se filtran en los textos, así como en los espacios de sociabilidad compartidos: las tradicionales cantinas, la Universidad, algunos espacios culturales (el Teatro Romo de Vivar). En estas páginas, los escritores se reconocen entre ellos, se nombran y marcan las épocas o estilos que han delineado sus obras.
En este sentido, destaca la heterogeneidad de l@s participantes y las diferentes generaciones representadas: hay autor@s reconocid@s a nivel nacional e internacional, algunos premios estatales de cuento o poesía, así como quienes desde su trinchera han promovido el desarrollo de la cultura pachuqueña, y otr@s que empiezan a destacar a través de sus escritos. La compilación misma es un gran mérito debido a los pocos ejercicios de este tipo que existen en la ciudad y el Estado. Si bien no es posible apreciar temáticas comunes o estilos similares, en Letras de Pachuca hay un intento por hacerse presentes en el campo literario mexicano y narrar un momento de la literatura en esa geografía.
Ahora bien, el libro también incluye el trabajo de artistas visuales quienes amplían la ciudad al (re)presentar los detalles y los monumentos que se resignifican bajo su punto de vista. En ese sentido, el bello dibujo digital de Kevin Cuevas incluido en estas páginas es la perfecta síntesis de este territorio: historia, tradición, comida y tranquilidad. De igual manera, Hugo David Pérez Ángeles deja ver una Calle Mina que huele a nostalgia, a soledad, a un pasado que se hace presente en fachadas derruidas de casas que en algún momento debieron ser majestuosas.
Estos textos, estas imágenes, conforman un mapa que a partir de pequeñas historias da pie a una mayor: la de una ciudad minera, migrante, que oculta sus defectos, pero cuyas virtudes se hacen manifiestas en la lectura. Hay, además, una intensión artística que aboga por la escritura bien trabajada e intenta establecer una base desde la cual se pueda construir una narrativa regional (por los espacios que visita, no por su caracterización escritural). En cuanto a las obras visuales, las “postales” incluidas provocan el deseo por conocer a más artistas para que el trazado sea aún mayor.
La nómina de escritores en el libro está conformada por Arístides Luis, Nancy Ávila, Óscar Baños Huerta, Alejandro Bellazetín, Enid Carrillo, Julia Castillo, Áxel Chávez, Abraham Chinchillas, Jovany Cruz Flores, León Cuevas, Fernando de Ita, Diego José, Aarón Enríquez, Said Estrella, Daniel Fragoso, Yanira García, Miguel Ángel Hernández Acosta, Elvira Hernández Carballido, Ilallalí Hernández Rodríguez, Yuri Herrera, Juan Carlos Hidalgo, Yosselin Islas, Eduardo Islas Coronel, Laura Esperanza, Sagrario León García, Moisés Lozada, Sinead Marti, Danhia Montes, Christian Negrete, Enrique Olmos, Karla Olvera, Aída Padilla Nateras, Agustín Ramos, Martín Rangel Noguez, Fernando Rivera Flores, Julio Romano, Ilse S. Sánchez Quintero, Claudia Sandoval, Alma Santillán, Rafael Tiburcio García y Juan Alfonso Valencia Badillo. Ésta se complementa por l@s artistas visuales Raúl M. Becerra, Marco Levy Correa Ramírez, Kevin Cuevas, Enrique Garnica, Ray Govea, Pablo Mayans, Elizabeth Medina, Carlos Mercado, Carmen Parra Velasco, Hugo David Pérez Ángeles, Caro V. Polanco, Eric Reyes Lamothe, Javier Alejandro Rodríguez Padilla, Eymi Rosado, Eddy Salgado y Salvador Verano Calderón.
Este ejemplar sirve como cimiento para edificar cada vez con mayor fortaleza el arte pachuqueño y el hidalguense. Además, es de celebrarse esta compilación que ofrece una amplia gama de registros, los cuales seguramente interesarán a sus lectores.
AA. VV. Letras de Pachuca. Los Libros del Sargento / Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca, 2024.
Excelente crónica. Sin duda una obra obligada a leer. Quizás no estén todos los escritores o tal vez habrá otra edición pero aqui está una gran muestra del talento, riqueza y excelsa literatura de prodigiosos hidalguenses.