“Kim Ji-young, nacida en 1982” de Cho Nam-joo / por Cecilia Santiago

Dice la pegatina amarilla al frente de mi edición “[…] Su historia ha incendiado Asia entera”. Desconozco si esto está ocurriendo o sólo se trata de un ardid publicitario…


Este libro llegó a mí gracias a una abogada laboralista feminista que me lo obsequió más o menos al tiempo en el que otra colega me hacía llegar noticias sobre el movimiento social coreano 4B (bihon, bichulsa, biyeonae y biseksu). De acuerdo con esas notas, las mujeres jóvenes que se suscriben al movimiento se oponen a ejercer relaciones sexo-afectivas con varones, al matrimonio y a la reproducción. Por algún motivo, la simultánea llegada del libro y de las noticias me acompañó mientras recorría las páginas y me invitaron a concebir estas reflexiones sobre el trabajo de cuidados y la maternidad.

Kim Ji-young, nacida en 1982 me recuerda narrativamente a un dorama (palabra japonesa que refiere a series televisivas asiáticas), es decir, sencillo, aporta datos sociales y económicos sobre la realidad actual de las mujeres en Corea del Sur e incluso contiene algunas descripciones muy cinematográficas que son utilizadas con frecuencia en ese tipo de producciones, como la representación de una escena luminosa, colmada por el lento, continuo y cándido descenso de pequeños copos de nieve que se posan en el dedo de una mano y se conectan al ruego de un deseo. Este detalle no es fortuito. Cho Nam-jo la autora, escribe guiones de televisión.

El relato comienza en cierta noche, cuando el padre-esposo vuelve del trabajo y mira a su pareja y a su pequeña hija durmiendo una al lado de la otra, mientras cada una se chupa su pulgar. Esta imagen evoca ternura, pero al centrarse en la persona adulta da paso al asombro y luego a la confusión. No obstante, que una mujer adulta tenga comportamientos atípicos después de afrontar la maternidad puede ser común y da lugar a un diagnóstico simplista. Por ejemplo, mis amigas cercanas sin ninguna preparación psicológica, psiquiátrica o médica determinaron mi depresión postparto después de haberles compartido los pensamientos y sentimientos que se acumulaban en algún lugar de mi conciencia, entonces mi hija contaba ya con siete meses de vida.

En este libro, que está dividido en ciclos, el diagnóstico simplón se concatena a una serie de imperceptibles sucesos cotidianos que construyen o contribuyen a la fragilidad mental que las mujeres podemos experimentar de forma impredecible y a veces violenta, después de atravesar por una metamorfosis psíquica que empieza en términos biologicistas en el momento de la concepción y que implosiona en términos biológicos, psicológicos y sociales, al alumbrar un hije.

Kim Ji-young nos revela la complejidad de los detalles culturales de su posición en la familia, en el mercado y en el estado. Nacer en los ochentas en Corea del Sur, ser mujer y la segunda hija, tener un padre burócrata, único proveedor, vivir en un pequeño espacio de dos habitaciones sin baño propio y compartir la mayor parte de su niñez el futón, con una abuela paterna que no colabora, ni agradece, ni cuida, pero que acentúa las obligaciones de género que deben prevalecer en el hogar.

Al nacimiento del pequeño varón, la abuela es fundamental para asegurar que el mejor trato, la mejor ración de alimento, la habitación independiente y la matrícula escolar, le sean otorgados al hermanito sin cuestionar. Una abuela cuya corporalidad completa grita que una niña no debe codiciar lo que le pertenece por derecho a un niño.

Crecer en una sociedad en donde “así son las cosas” es aprender que cuando un chico te fastidia es porque le gustas o que menstruar es el final de la buena vida. Implica saberte responsable de no haber medido el riesgo para evitar que un compañero te mire, te desee y te acose porque es siempre tu culpa no anticiparte a sus actos. Implica recibir recomendaciones académicas para que elijas ser enfermera o maestra, profesiones adecuadas que te permitirán cuidar a la familia.

El detalle en esta novela es observar a su protagonista desenvolverse dentro de las imposiciones de este mundo. Imaginarla alimentándose a escondidas con la leche en polvo que es exclusiva de su hermano, colaborando en los emprendimientos informales de su madre para sostener la casa. Cediendo y concediendo que los hombres recibirán un mejor salario por trabajo igual, que tendrán mejores oportunidades laborales y que trabajarán en casa y durante la crianza mucho, muchísimo menos.

Dice la pegatina amarilla al frente de mi edición “[…] Su historia ha incendiado Asia entera”. Desconozco si esto está ocurriendo o sólo se trata de un ardid publicitario. Sí sé que no es un ataque mordaz a los varones o al patriarcado, de hecho, los hombres de la novela son todos “buenos hombres” dóciles, trabajadores, amorosos, respetuosos, no engañan ni golpean a sus mujeres. Y en este contexto, me parece una historia que debe ser leída por mujeres y por hombres, ya que como he venido diciendo, son reveladores los detalles que sostienen el origen profundo de los desasosiegos de su protagonista y que éstas son las pautas que a veces emergen en forma de padecimientos mentales en ella y en muchas otras mujeres de la Tierra.

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