«Cuentos completos» de Flannery O’Connor / Por Pablo Delgadillo

«…una pugilista de complexión delgada, pero feroces puños…»


Hay una frase atribuida a la afición de Cortázar por el boxeo, en la que, comparando la literatura con este deporte, decía de los cuentos que debían ganarse al lector por nocaut -en tanto la novela lo debía hacer por puntos-.

Sin dejar perder mi mala y muy seguramente imprecisa paráfrasis, recomendaba a quienes aspiraran a escribir un buen cuento que fueran incisivos y contundentes. La meta era golpear fuerte desde las primeras líneas y llevar a la lona al lector con impensados giros para el final.

En tal sentido, cabría presentar a una pugilista de complexión delgada, pero feroces puños. Quizás no la más técnica, pero con facilidad para asestar precisos nocauts. Nacida en Savannah, Georgia, un 25 de marzo de 1925. Con una carrera literaria breve compuesta de dos novelas, una treintena de cuentos y un par de ensayos. En la esquina azul, señoras y señores: Flannery O’Connor.

El ahora extinto 2024 fue su aniversario luctuoso número 60 por lo que, en conmemoración, la editorial Lumen recopiló sus 32 cuentos en un único volumen reeditado -además de sus dos novelas, Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan, en otro-.

Destacó entre sus influencias a autores como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Franz Kafka o los rusos Dostoievski y Gógol. Y en la oscuridad de sus cuentos es fácil adivinar que asimiló bien las enseñanzas de tan peculiares maestros, es innegable la presencia de la crudeza y el absurdo en sus relatos.

En lo particular, encontró la inspiración en los lisiados, los analfabetos, los racistas, los criminales y los desamparados. De hecho, sus diálogos están llenos de errores gramaticales, vulgarismos y maldiciones para reflejar el modo hosco de hablar del campo que tan bien conoció, algo que la traducción al español respetó -aunque si se permite la muy personal queja, a veces caricaturizan a los personajes-.

En lo general, nos sitúa en los pueblos pequeños alejados del avance que trae la industrialización, parajes ignorados por quien disfruta de los beneficios del progreso, lugares que definitivamente no merecen el ojo público. Y si acaso nos ubica en la ciudad, será para mostrárnosla como el monstruo que es para quienes la desconocen. No por ello el campo será más dócil, expuso la cotidianeidad rural sin enaltecerla, sin ver esa virtud que, según los santos, surge gracias al sufrimiento o la pobreza. Hay en sus cuentos gente bienintencionada cuyas nobles acciones desatan violentas tragedias.

Esta atracción por lo siniestro de la vida aparentemente apacible se mantiene a lo largo de los 32 cuentos gracias a la ironía y el sarcasmo. Si se permite especular, quizás porque fue la manera en la que ella afrontó la vida y la muerte.

A los 27, mientras escribía la que sería su primera novela, Sangre sabia, detectó en ella los mismos síntomas de la enfermedad que mató a su padre once años atrás, lupus. Y en la correspondencia que mantuvo con sus amigos siempre tenía espacio para hacer bromas respecto al deterioro en su salud.

Sabedora de que los medicamentos poco harían por ella se retiró a la granja de su madre donde cultivó también la pintura y la cría de aves, su otra gran pasión. Fue en aquel entorno donde encontró a los ajenos, aquellos que nadie más miraba, escribió respecto de sus vidas apuntando hacia la belleza macabra, pecando de exagerado realismo tal vez. Y negando a todos esos personajes los finales felices que a veces la ficción regala tan a la ligera.

¿Son buenos o malos finales? Lo correcto es decir que son finales y ya.

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