“Morirás lejos” de José Emilio Pacheco / Por Silvano Cantú
“¿Quién es ese enigma que sugiere todas las posibles historias, muchas de ellas hostiles a quien lo ve, aunque no le conste ninguna…?”
¿Quién es ese hombre sentado frente a la ventana, que cada día lee los Avisos de ocasión de El Universal, en la misma banca, en una militante monotonía, disponiéndose a un acecho incalculable? ¿Quién es ese enigma que sugiere todas las posibles historias, muchas de ellas hostiles a quien lo ve, aunque no le conste ninguna, como sólo nos constan las huellas en torno a las cuales nos contamos las vidas de Flavio Josefo y la destrucción de Jerusalén por Tito, de los sefardíes hurgados por los inquisidores, de las alcantarillas de un gueto en Varsovia y las chimeneas de Treblinka?
¿Quién es eme, a quien pudo tocar cualquier destino, pero su creador, un narrador mexicano nacido meses antes de la conocida invasión a Polonia, confinó a un embrollo del que difícilmente podía evadirse, limitándolo a unos cuantos destinos numerados en alemán, fulminado por la significación de la mirada del otro, tenaz lector de periódicos, bajo la sombra de un “chopo ahíto de inscripciones”?
¿Quién es el dictador que alguna vez fue el vago cigoto cuya oportunidad de ser abortado se perdió para la posteridad? ¿Nos condenaron después los accidentes de su cuerpo echado al mundo? ¿O su paso por aquí no significaba nada de antemano? ¿Lo significó en todo caso después, porque un cuerpo y la historia entera no bastan para producir lo que la historia termina haciendo de todos modos, sin importarle a través de qué instrumentos lo haga? ¿Significa algo, entonces, tanto despilfarro de cuerpos? ¿Debe decirnos algo que la historia recicle a la historia para construir la memoria? ¿Las memorias?
Artefacto cultural perfecto, mueble de astillas de puntas limadas, poema y ensayo a rachas, memoria de la diáspora y la Grossaktion, pero también de realidades no verificadas, alojadas en los pliegues mayores de la historia en calidad de polvo perdido en los manteles, experimento de erudito licencioso, sublimación de paranoico, Morirás lejos (1967) es una biblioteca en miniatura, una madeja de retratos con marcos bruñidos colgados entre las alambradas de un campo de concentración, un caleidoscopio que hace pasar los siglos como si fuesen páginas y abre a la mente inspiraciones varias, como quien se asoma por una persiana y mira a un parque que, como el libro, huele a vinagre.
¿Y qué no hará surgir en la historia la acción de entreabrir una persiana cualquiera?