“Tres rosas amarillas” de Raymond Carver / Por Daniel Salinas Basave
“De pronto reparo en que no pocos de los máximos truenachicharrones en el arte de hacerle al cuento se murieron en sus cuarenta.”
Una última champaña para Chéjov
¿Puede un tuberculoso que agoniza escupiendo sangre beber una última copa de champaña? Pregúntenselo a Chéjov o más bien dicho a Carver.
Raymond Carver, el más chejoviano de los cuentistas gringos, rinde homenaje al santísimo Chéjov narrando su muerte en el cuento Tres rosas amarillas. Dicen que Carver escribía con un retrato de Chéjov colocado frente a su máquina y luego de releer este cuento concluyo que esa imagen del ruso en verdad lo inspiraba.
Una serie de serendipias literarias derivadas de una lectura de Dubravka Ugrešić me llevan a cerrar el día releyendo el cuento que Raymond dedica a Antón.
Tres rosas amarillas es uno de los cuentos menos carverianos de Carver y uno de mis favoritos. Acaso lo menos carveriano del asunto es que la trama transcurre en la Selva Negra alemana en 1904 y no en algún hogar de la clase media-baja estadounidense de los años sesenta. De hecho, el cuento arranca la noche del 22 de marzo de 1897 en Moscú, cuando Chéjov por primera vez tose escupiendo sangre durante una elegante cena en L’Ermitage. Será el principio del fin, pero la tuberculosis mata muy lentamente.
Siete años después, Chéjov vive las últimas horas de su vida en el spa de Badenweiler en una bochornosa madrugada de julio. Médico de profesión, Chéjov sabe cuándo una enfermedad viene dispuesta a matar, pero aun así, en sus últimas cartas se aferra a proclamar que se siente de maravilla y que la dolencia pasará muy pronto.
Aquella noche caliente ha llegado el final. Antón y su esposa Olga lo saben. También su médico alemán, quien en lugar de medicina ordena que le traigan al cuarto la mejor champaña para descorchar. Así las cosas, el último acto de la vida de Chéjov sería brindar con su mujer y su doctor. ¿Licencia ficcional de Carver? Ignoro si un tuberculoso moribundo que escupe sangre pueda beber champaña, pero en cualquier caso la imagen me gusta. También la de las tres rosas amarillas adornando la habitación en donde yace el cuerpo inerte de Chéjov, de cuyo fallecimiento no se dará parte hasta la mañana siguiente.
Chéjov murió una noche de verano a los 44 años de edad y Carver moriría también en una noche de verano a los 49 años. El 15 de julio de 1904 murió Antón de tuberculosis y el 2 de agosto de 1988 murió Raymundo de cáncer de pulmón. Ignoro si tuvo el detalle de beber champaña antes de morir.
De pronto reparo en que no pocos de los máximos truenachicharrones en el arte de hacerle al cuento se murieron en sus cuarenta. Gógol y Poe pasaron en el mundo casi los mismos años. Ambos nacieron en 1809 y se murieron con solo tres años de diferencia, Poe a los 40 y Gógol a los 43. A Maupassant la sífilis se lo cargó a los 43; a Boris Pilniak lo ejecutaron a los 44; Akutagawa se suicidó a los 35 y al enfermizo Marcel Schwob lo fulminó una gripe a los 38.
La imagen final del cuento de Carver no son las flores amarillas sobre el buró, sino el corcho la champaña tirado en la alfombra a los pies de la cama de donde yace el cuerpo de Chéjov. Sí, todos descorcharemos algún día nuestra última botella y a todos nos sobrevivirá un último corcho.