Sed
“Si alguna vez la pasión de Cristo nos hizo pensar en un superhombre, ahora, a más de dos mil años de lo ocurrido… ¿podemos dudar?”
Amélie Nothomb. Sed (2022). Ed. Anagrama.
En menos de ciento cincuenta páginas, con una narrativa bastante fluida, la Baronesa belga Amélie Nothomb nos da cuenta de una de las historias más emblemáticas de la humanidad: la de Jesús, el Cristo. A modo de evangelio según Nothomb, la novela narra el juicio y crucifixión, no del héroe sagrado, no del iluminado ni del hijo de Dios, sino de Jesús, el hombre, el humano, la carne de su cuerpo.
Si el cuerpo de Cristo hablara… ¿qué nos contaría? Nos hablaría de la sed como instrumento místico. Pero además, nos develaría la experiencia de ser crucificado: el miedo, el dolor, la increíble resistencia del cuerpo, el peso de la cruz, la insalvable distancia que recorrió con ella sobre sus espaldas hasta llegar al Gólgota, la imagen de María, su madre, y María , su amada Magdalena, observando el espectáculo.
Otra vuelta de tuerca sobre la tan contada y analizada vida de Jesús el Nazareno, ocurre en esta atrevida novela: los milagros que realizó Jesús, ¿le fueron agradecidos? Quizá, nunca se nos ocurrió pensar que la humanidad era, y es, tan mal intencionada y desagradecida, que el día del juicio de este señor llamado Jesús, fueron los amilagrados, precisamente, los que lanzaron la sentencia de muerte. Los que buscaban más que otros la venganza: ¡Por tu culpa, ahora un ciego ya no puede mendigar!
Personajes como Poncio Pilatos, María Magdalena, Judas Iscariote, toman un matiz menos histórico y se presentan como hijos de su tiempo: ¿víctimas de sí mismos? Definitivamente, Sed no es una novela religiosa. Es, en todo caso, la visión mordaz de una escritora que duda filosóficamente del mito de Cristo, que lo hace atravesar el tamiz de la razón en el siglo XXI. Si alguna vez la pasión de Cristo nos hizo pensar en un superhombre, ahora, a más de dos mil años de lo ocurrido… ¿podemos dudar?
La estrella principal de esta obra es la voz de Jesús, quien por vez primera nos habla en primera persona, que nos dice, sin intermediarios, que los intermediarios, es decir, los evangelistas, se dieron licencias poéticas demasiado inverosímiles. Sobre todo, si pensamos que ninguno de ellos miró los hechos.
Pero Amélie no busca confrontar, no. En todo caso: propone, analiza, reconstruye la idea mental que tenemos de un símbolo; lo reinterpreta, esta vez, desde la materia: el cuerpo de Cristo.