“Yo, Tituba, la bruja negra de Salem” de Maryse Condé / Adriana Dorantes

“Con una crudeza sin contención, la autora nos va introduciendo al terrible destino de una esclava negra, que pudo haber sido o no bruja, con dones especiales o comunes y corrientes, y que de todas formas terminaría como víctima de la ignorancia y el fanatismo religioso que gustaba de encontrar al demonio en la misma piel negra, en los ojos profundos y en el lenguaje ajeno a ellos”


Corren las últimas décadas de 1600. Tituba existe porque su madre fue violada por un marinero blanco; nace como esclava y con pocos años es testigo de la muerte de su progenitora (ahorcada por haberse atrevido a defenderse de un ataque de otro blanco dueño de tierras y poder). Desde el principio, la vida de Tituba es difícil, es esclavizada, sometida (a veces no sólo por blancos), es abusada y juzgada por lo que el pueblo de Salem llama “bruja”.

Es verdad que Tituba posee conocimientos que exceden lo natural: es capaz de curar, se comunica con personas que ya no están en el planeta y puede abrir portales especiales para que los vivos puedan convivir momentáneamente con los muertos. Sin embargo, sus habilidades y dones no la eximen de maltratos, sus dones especiales no la libran del amor no correspondido y su sabiduría no le alcanza para entender que nada de lo que haga será bien vista por los blancos.

Pero la sabiduría de Tituba no vino sola. Man Yaya, una vieja curandera, la arropó bajo su cuidado luego del asesinato de Abena, su madre. Y es de ella de quien aprende todo lo relacionado con lo que escapa a este mundo; todo, incluso la certeza de que su vida será de gran sufrimiento y que su perdición será su bondad y su propensión al amor.

Tituba pasa por distintas regiones y “amos”, de Barbuda a Salem y de regreso, de casas suntuosas a la cárcel, de injusticias varias y personas que sólo buscaban su declive y su muerte. Pero en el camino las voces de sus dos madres la acompañan siempre, Tituba las escucha, a ratos, pero hay muchos otros en los que decide ignorarlas o simplemente no convocarlas, para tomar las riendas de su vida, aunque de alguna forma siempre supo la condena a la que estaría sometida desde su nacimiento.

Maryse Condé (Guadalupe, 1937) rescata la figura de Tituba, la primera bruja acusada (y confesa) en Salem, junto con otras mujeres que están consignadas en la historia como algunas de las otras famosas brujas enjuiciadas: Sarah Good y Sarah Osbourne. Tituba, en sus confesiones, habló de perros negros, cerdos, un pájaro amarillo, ratas rojas y negras, gatos, lobos y de cómo ella volaba en palos de un sitio a otro. Tituba también confesó que Sarah Osborne poseía una criatura con cabeza de mujer, dos piernas y alas. Tituba, al principio, se niega a confesar cualquier cosa, ya que sus adivinaciones y actos de curación no tienen nada que ver con el demonio, pero su entonces compañero, John Indien, la insta a confesar ya que eso es lo que los blancos quieren, sea cierto para ella o no.

Tituba no fue ejecutada, fue enviada a la cárcel y más tarde puesta en libertad, sin embargo su paradero no se conoció realmente. Hay versiones que apuntan a que volvió a Barbuda, otras dicen que tuvo un hijo en la cárcel. Aquí es donde la pluma de Maryse Condé imagina y da conclusión a la vida de este fascinante personaje. Con una crudeza sin contención, la autora nos va introduciendo al terrible destino de una esclava negra, que pudo haber sido o no bruja, con dones especiales o comunes y corrientes, y que de todas formas terminaría como víctima de la ignorancia y el fanatismo religioso que gustaba de encontrar al demonio en la misma piel negra, en los ojos profundos y en el lenguaje ajeno a ellos.

Esta novela, además de una historia tremenda con una protagonista poderosa, es un gran testimonio histórico de los diversos pueblos que vivieron en esas épocas, a su llegada a las tierras americanas, de cómo funcionaba la recién formada sociedad americana y cómo vivían su religión.

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