“Sangre en el ojo” de Lina Meruane / Por Francisco Rapalo

“¿Qué es ver sino un deseo feroz e inagotable?”


Lucina se quedó ciega de un momento para el otro, en medio de una fiesta en Nueva York. En específico, los ojos se llenaron de sangre por dentro. Esta condición era una posibilidad fatídica con la que había vivido desde chica, secuela de una diabetes tipo 1: unas ínfimas venitas que se revientan y producen estragos. Y ocurrió lo peor. Ciega, a cargo de su novio, en plena mudanza y con la espada del sistema médico norteamericano acorralándola. Puede recuperarse, pero tienen que esperar. De lo contrario, la operación. Pero también: esperar, esperar, esperar.

Sangre en el ojo (2012) cuenta la travesía de Lucina (Lina) tanto de una manera literal —gran parte de la novela es un viaje desesperado y desesperante hacia la tierra materna de la protagonista, Chile— como otro tipo de travesía: la médica, la de la enfermedad o el estado de perturbación hacia la salud o el estado de normalidad clínica.

Esta novela se puede pensar como un cuaderno de enfermedad o una crónica de invalidez. En algún momento, se plantea a modo de «memoria ciega». La autora, con una destreza brillante, decide plantear un juego de autoficción. Nombra a la protagonista Lucina, que es escritora y usa el seudónimo de Lina. ¿Es o no es ella? Hay un corrimiento del lugar de la expectativa. La autora puede haber vivido o no lo que leemos. Le pertenece, a su modo. ¿Hasta dónde? ¿Hasta dónde ella, hasta dónde la otra? Una experiencia inventada. Un invento experimentado.

El trabajo con el lenguaje es el punto fuerte de esta obra. La voz de la narradora está anegada de sangre como sus ojos, es pura rabia, puro rencor contra un cuerpo que dejó de funcionar, contra la dependencia y el trato de los otros —conocidos y desconocidos—, pura desesperación en clave de monólogo. Parece que escupe al pronunciar las palabras. Parece que el lenguaje no le alcanza y lo desfigura, lo enferma, lo retuerce en metáfora, en una búsqueda por expresar ese nuevo modo de ser en el mundo.

Por ejemplo, a medida que ella pierde vida, los objetos la ganan: los zapatos de pronto bailan y de pronto están muertos, las sillas de ruedas reposan inválidas junto a la cama de los tullidos, la casa con sus muebles la golpea. Además, los sonidos construyen una nueva memoria, se despliegan como un mapa. Es una novela de ecos y reconstrucciones mentales. Por momentos, nos dice: si la vista falla, hay más ojos para abrir.

En este estado, a Lucina le surge un viaje a Chile. Tendrá que lidiar con las preocupaciones de padres médicos, los comentarios de hermanos más o menos ausentes, el extravío en una geografía que es pasado enrarecido. ¿Cómo ocupa el mundo ahora, ese hábitat que parece cambiar constantemente? ¿Cómo lidiar con el amor humillante de un novio y una madre que aceptan sin miramientos el lugar de cuidadores? ¿Cómo hacer frente a una medicina que no parece preocupada por su futuro?

Sangre en el ojo es, sin lugar a dudas, un triunfo literario. Meruane nos lleva al abismo, al borde de un miedo compartido por todos. Nos enfrenta a la ficción que es la salud. Así sea cicatrizando la mirada, arrancando y poniendo un nuevo globo ocular: cueste lo que cueste hay que recuperar lo perdido. ¿Qué es ver sino un deseo feroz e inagotable?

Más que un descenso a la locura, el de Lucina/Lina es un ascenso visionario. Desnuda la realidad y la exhibe para el ojo inquieto del lector: en esta vida no hay salud, sólo intensidades de enfermedad. En esta vida, el amor es blindaje y vendaje. En esta vida, hay mucho que perder y mucho por ganar en el camino de la derrota.

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