“La carretera” de Cormac McCarthy / Por Francisco Rapalo

“Ten presente que las cosas que te metes en la cabeza están ahí para siempre…”


Cormac McCarthy, en una entrevista con Oprah, se preguntó si tal vez el subconsciente es más antiguo que el lenguaje. Al subconsciente le gusta crear pequeños dramas en sueños, dijo. Así se comunica. Y así concibió The Road (en español: La carretera, 2007, Mondadori): en una ensoñación, parte de la creación visionaria de Jung; una noche en que compartía una habitación de hotel con su hijo, McCarthy se asomó a la ventana y vio una ciudad tranquila, silenciosa, se preguntó qué sería de ese paisaje en quinientos o seiscientos años, y una imagen apocalíptica de una colina en llamas, cielo negro, humo, le llenó la mente, lo llevó directo al papel. Tal como Henry Miller se sentaba frente a su máquina de escribir, posaba las manos en las teclas y exclamaba: ¡Estoy escuchando!, McCarthy, escuchó.

En La carretera, un padre y su hijo recorren un mundo post apocalíptico, devastado por una causa que nunca se esclarece —el Mal sin nombre, representado en el inconsciente colectivo como El Apocalipsis—, viajan atormentados por pesadillas, acosados por la intemperie y el hambre, como dos llamas que apenas iluminan un mundo a oscuras.

McCarthy nos presenta el tópico de la supervivencia, pero esta vez atravesado por el amor doloroso de un padre. El Hombre intenta preservar la inocencia de su hijo, que está constantemente amenazada por una angustia demoledora, por la revelación de lo que está sucediendo en realidad.

“Ten presente que las cosas que te metes en la cabeza están ahí para siempre, dijo. Quizá deberías pensar en eso. Algunas cosas las olvidas, ¿no? Sí. Olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar.”

Entre temas como la paternidad y la memoria, se plantea una especie de fenomenología del fin. ¿Qué va a quedar de la civilización cuando sea cenizas? Un padre y un hijo empujando un carrito repleto de chatarra. El hombre tose, muy enfermo. Reconoce la cercanía de la muerte. En las largas conversaciones con su hijo en medio de noches cerradas, le asegura que ellos son “los buenos”, quienes “llevan el fuego”, como protectores de la última luz del mundo.

Lo que avasalla en un mundo muerto es la soledad. Lo que el padre duela es el futuro.

McCarthy, como todo buen escritor, escribió dirigiéndose a lo que incomoda. La historia propone una travesía interior y exterior, de atmósfera magistral, de ritmo inmediato. La novela recrea en el lector la experiencia de los personajes con maestría, con textura. La prosa es seca, de una poética austera y brutal, caracterizada por la ausencia de verbos. Una escritura de extenuación, arrasada como el universo que recrea: jirones de nubes negras, remolinos de ceniza y hielo.

Un relato oscuro, que no escapa al horror ni se endurece en la ternura. Que duele el doble, que te deja desolado.

Nadie quiere estar aquí y nadie quiere irse.

Novela ganadora del Premio Pulitzer en 2007. 210 páginas.

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