“La isla de las mujeres del mar” de Lisa See / Cecilia Santiago

“…nos recuerda la fragilidad de la verdad, la ilusión contenida entre el bien y el mal, o la ambivalencia de las razones o motivaciones que tenemos los unos y los otros para comprender un acontecimiento…”


Empezaré diciendo que hacía tiempo que no lloraba tanto al leer una novela y debo confesar que me resulta un prodigio que las letras puedan accionar ese mecanismo sofisticado y ontológico que le dice al cerebro que te sientes vulnerable frente al dolor, la desesperación, la tristeza o el miedo que sienten o debieron sentir los otros. Pienso que llorar por lo que vas leyendo debe ser un resabio de empatía, que llorar nos humaniza y por eso valoro entrañablemente ser sacudida emocionalmente por un libro.

La isla de las mujeres del mar, escrita por la norteamericana Lisa See vincula eventos históricos trascendentes de diferente escala al curso de vida de sus personajes centrales, con ello permite que quienes leemos vayamos percibiendo el impacto directo de las causas y consecuencias de los acontecimientos universales en los destinos de cada protagonista. Asimismo, los hechos locales son una fuente de información esencial que permite conocerlas e imaginarlas existir y crecer durante la ocupación japonesa de Corea. Trabajar en sus casas, en sus campos y en el mar. Apoyar económicamente a sus familias mediante la práctica de su oficio en otros mares. Enamorarse, casarse y amar al inicio del conflicto bélico más letal del siglo pasado. Vivir en Asia oriental y ser parte de una población insular mayoritariamente viuda que debe asimilar el abrumador final de la Segunda Guerra Mundial. Asumir el costo de la reorganización de un estado-nación plagado de miopes que no pueden mirar por completo su territorio más allá del litoral.

Es una historia que nos muestra que, en las intervenciones pasivas, los ejércitos y los hombres deciden mirar hacia otro lado. Este libro de cinco partes nos recuerda la fragilidad de la verdad, la ilusión contenida entre el bien y el mal, o la ambivalencia de las razones o motivaciones que tenemos los unos y los otros para comprender un acontecimiento. Nos muestra la terquedad individual o colectiva para anclarnos a una creencia o narrativa que nos impide perdonar o perdonarnos.

La isla de las mujeres del mar es también una ficción que habla sobre la vida cotidiana y tradicional de las casi extintas haenyeo: mujeres buceadoras de apnea que cosechan la biodiversidad marina de la isla de Jeyu. Mujeres que trasmitían sus saberes de abuelas y madres a hijas, conocimientos sobre natación, inmersión; mareas, corrientes o especies marinas; de cantos y rituales para recibir las bendiciones de las diosas del mar y de la isla. Mujeres que trabajaban y trabajan colaborativamente y en cooperativa.

Cuando leía pensaba que cada uno de estos saberes no sólo trazaba el mapa de un enclave diverso y complejo donde los paisajes están formados por valles, laderas, arenas y rocas o de un fondo marino dónde encontrar almejas, orejas de mar, abulones, erizos o pulpos. A medida que avanzaba en la lectura pude entender que las mujeres buceadoras forman parte de una tradición matrifocal que contribuía al sustento familiar y de la isla, y a la conservación de la naturaleza. Que ser haenyeo significaba aprender un oficio de alto riesgo que transformaba la manera de entenderse mujer en una sociedad. Mujeres que frente a la adversidad pueden reconocerse y decirse a sí mismas: “Soy una haenyeo. Puedo cuidar de mí misma y de mis hijos”. En la actualidad las haenyeo y su cultura forman parte del catalogo de tradiciones inmateriales de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

La isla de las mujeres del mar es una historia de sobrevivientes que se sobreponen a las pérdidas, a los cambios, a la injusticia. Habla del arraigo al terruño que no es más que la alegría, la risa, las penas y los lamentos de toda una vida. Es una novela de mujeres que a veces entierran el dolor o lo edulcoran con sobrecitos colmados de vida que logran hacernos pensar en la dulzura, que nos llevan a mirar el mar y las montañas y nos hacen saber que “todo pasará, los hombres y sus conflictos y lo único que permanecerá es la naturaleza con sus ciclos y su belleza”.

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