“Soy un gato” de Natsume Sōseki / Por Pablo Delgadillo

“[…el gato, como] el progreso, buscaba absorber a toda costa a los que decidían mantenerse al margen”


Cerca de un año tenía el escritor japonés Natsume Sōseki cuando llegó a su fin el Shogunato Tokugawa (1603 a 1868), período en el que Japón fue dirigido por el clan militar del mismo nombre y quienes mantenían el aislamiento del país con el mundo exterior, salvo algunas excepciones cada año con respecto a los holandeses.

Pese a la forma de gobierno casi dictatorial, fue un tiempo de paz en el que florecieron muchas de las artes emblemáticas del país como el teatro kabuki, el poema breve conocido como haiku y el grabado ukiyo-e. Estos últimos gratamente recibidos en Europa, se dice que van Gogh acopló algunos elementos del estilo y en sus cartas a Theo, su hermano, admitió que el arte japonés lo había maravillado gratamente.

El aislamiento del país comenzó a tambalearse en 1853 cuando el comodoro de los Estados Unidos, Matthew Perry, llegó al país con una amistosa carta en la que solicitaba la apertura de los puertos japoneses al exterior. Hizo acompañar la misiva con cuatro barcos de vapor artillados y cerca de mil hombres. El comodoro fue claro, volvería en un año esperando una respuesta positiva o habría consecuencias.

Por supuesto, la respuesta fue afirmativa. Esto trajo un conflicto civil lleno de traiciones e intervención extranjera tras el cual, el progreso y la modernización llegaron a la tradicional sociedad japonesa. Sōseki no vivió el conflicto, pero sí experimentó y fue parte de los cambios y el choque cultural que trajo consigo.

Había personas que añoraban el pasado, que veían cómo la sociedad japonesa se degradaba bajo la individualista figura del empresario, se escandalizaban cuando las mujeres adoptaban los cortes de cabello occidentales o cuando la autoridad del emperador se inclinaba hacia la autoridad del dinero. Aquellos que lograban hacerse ricos encontraban la nostalgia por los viejos tiempos como obsoleta y sin sentido ante un mundo de posibilidades que se abría y traía consigo beneficios que antes eran exclusivos de unos pocos.

Sōseki optó por tomar la mejor postura posible. Escribir Soy un gato y satirizar ambas formas de pensamiento. Y quizá para mostrar su imparcialidad escogió hacerlo a través de los ojos de un petulante gato sin nombre. Escrita entre 1905 y 1906 la novela nos narra la vida del excéntrico profesor Kushami, dueño del animal y quien sobrevive con su escueto sueldo en un mundo acelerado gracias al poder de la modernización. Un marginado que hace mucho dejó de luchar contra el avance y sólo improvisa sobre la marcha, reflexionando ocasionalmente sobre lo que debe o no hacer. Rozando en ocasiones el absurdo y que, para los habituados a los productos japoneses, bien podría recordarle el diálogo de algún anime.

Las crueles observaciones de la mascota se extienden hacia los amigos del profesor para abarcar todas las posturas posibles: Totio, un embelesado por las artes que lucha incansablemente por la modernización del poema japonés; Kangetsu, un científico doctorante en proceso de escribir la tesis perfecta sobre temas ridículos; Dokusen, un filósofo zen que aborrece cómo la sociedad ahora busca el crecimiento individual y no el del alma; y Meitei, un bromista irreverente que ama por sobre todas las cosas gastar bromas a los que buscan aparentar más conocimiento del que realmente tienen.

Pero el gato, en su deseo de entender al extraño ser humano, también sale de la casa del profesor para hablar con otros gatos o ver cómo el día a día en la colonia influye al hacerle la vida imposible a su dueño. Acaso una postura sobre cómo el progreso buscaba absorber a toda costa a los que decidían mantenerse al margen. Reflejado tal vez en quienes podríamos considerar los antagonistas, los Kaneda. Familia prospera de empresarios cuyo único obstáculo para completar su felicidad parece ser la extraña forma de vida del profesor y sus molestos invitados.

Soy un gato es en apariencia una novela pesada (tiene cerca de 650 páginas). Además, sus diálogos a veces parecen no ir a ninguna parte por lo absurdo que parece todo. No obstante, su lectura es fácil y sirve de ejemplo perfecto para conocer las dinámicas de un choque cultural bastante abrupto e interesante.

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