El pincel y el cuchillo. Felipe Polleri.
El pincel y el cuchillo. Felipe Polleri. Tusquets
Por Javier Moro Hernández

Felipe Polleri nació en Uruguay en 1953, y es considerado como uno de los miembros del grupo de “Los Raros”, y es dueño de una particular visión, salvaje sobre la violencia, sobre el cinismo y la podredumbre de una sociedad cada vez más descarnada, cada vez más sedienta de triturar los cuerpos de los seres humanos.
Pollerí podría ser considerado como un de los secretos mejor guardados de la literatura uruguaya, una de las literaturas más potentes y consistentes de América del sur. Sin embargo, esto es en realidad un lugar común que nos habla en realidad de la falta de contacto, de comunicación que se ha ensanchado entre las distintas realidades de la literatura americana. Pollerí es un autor con mas de quince libros publicados en su país natal, y con ediciones en España, Costa Rica, Chile, Argentina, Brasil, Italia y Francia, entre otros países.
En México, la editorial independiente Libosampleados publicó en el 2017 el libro de cuentos Cigarrillos y sardinas. Sin embargo, en el 2011 la editorial Tusquets publicó el libro El pincel y el cuchillo, en colaboración con la editorial uruguaya HUM, que es una pequeña editorial uruguaya, en la que también es posible encontrar obras de autores como Mario Levrero o Daniel Mella, entre otros.
El Pincel y el cuchilo es un libro en el que encontramos a un autor habitado por sus extravagantes y divertidos demonios. Un artista desencantado, sarcástico, aguerrido, habituado a repasar, cuchillo en mano, los ambientes más ruines y los seres que han caído más bajo, para encontrar los temas, la inspiración de su obra.
Violencia, desacato, soberbia, pero también una profunda erudición y una mirada sarcástica, cruel, descarnada sobre la sociedad, se confunden en este pintor que recorre una ciudad que podríamos imaginar como la Montevideo real, para sumergirse en los bajos fondos, en la oscuridad de los seres perdidos, en los lugares más inhóspitos, crueles, en el que solo habitan los desheredados de la vida: prostitutas, alcohólicos, drogadictos.
Escenarios nocturnos, citadinos, sucios, son los que el protagonista de esta novela fragmentaria, visita y revisita una y otra vez, para dejarnos escuchar su voz desdentada, gastada, cruel y cínica. Una voz que nos da cuenta de una vida dura, difícil, dedicada a pintar y a retratar la sordidez, la oscuridad, la derrota de la vida. Una voz que a pesar de este cinismo, (o tal vez gracias a él) nos permite observar la vida desde un ángulo que le quita las paletas del romanticismo, del optimismo.
Porque a pesar de la soledad, el hartazgo, la voz del narrador también nos permite conocer su vida pasada, en donde el amor ocupó un lugar esencial. Amó con pasión a una mujer ya fallecida, con la que tuvo una hija que tiene una cicatriz en la cara, tal vez provocada por el mismo pintor en un ataque de violencia. Porque lo que podemos observar, son los cambios brutales de humor de un ser desarraigado y rabioso.
Polleri no es un escritor sencillo, a pesar de que los capítulos del libro son cortos y su prosa es limpia, cruda, nos enfrentamos a una obra en donde la vida es mostrada a través de eso, de una luz pura, cruda, dura. Una luz que nos deja ver toda la aspereza, todo el sufrimiento que nos rodea.
El personaje principal busca pintar la crudeza, la tristeza, el dolor que nos rodea. Les da dinero a los desamparados, a los borrachos, a las prostitutas viejas, a los hombres con deformidades, para que lo dejen retratarlos, pero no quiere escucharlos, no busca redimirlos, no busca mostrarnos la cara amable de unas vidas pasadas por las trituradoras de una sociedad que solo piensa en el capital, en el dinero, y en el que la belleza es solo una ilusión que esconde la destrucción. Para el pintor de Polleri todos somos unos monstruos, solo que algunos mostramos ese lado oscuro a través de la violencia, la fealdad, la destrucción.
En este mundo atravesado, habitado por esa destrucción, la pintura, el arte, tampoco es una forma de redención. Porque en realidad en esta vida nada nos redime. Todos somos pecadores, todos somos herederos de la destrucción, todos estamos condenados. Solo que algunos, muchos tal vez, pensamos, vemos la vida desde una visión optimista, en la que pensamos que la redención es posible. Para el pintor de Polleri, una vez que el hombre inicia su descenso a los infiernos ya no hay redención posible. La condena cae como un peso muerto que nos consume y que no te dejará regresar a la superficie, por más esfuerzos que hagamos.
Y en este recorrido, la violencia es un elemento central de la condena. Nos condenamos a través de actos violentos y no hay forma de redención. Pero otro elemento central de la narrativa de Polleri es la oscuridad con la que refleja la realidad de una ciudad húmeda, calurosa, pero que puede pasar al frío extremo en cualquier momento. Un retrato oscuro de una ciudad que se parece a Montevideo, pero de la cual no podemos estar seguro que sea la capital de Uruguay.
Por último, hay otro elemento central de esta obra de Polleri, que tiene que ver con la personalidad múltiple. Nos dice el pintor en algún momento: “Hay dos verdades indiscutibles: el comunismo científico y la existencia de Dios. Pero yo siempre agrego una tercera: mi viaje a Marte, el nihilismo integral y mi cuchillo. Y una cuarta: el plagio. El autoplagio, mejor dicho, que caracteriza a esta autobiografía y del que me acusan críticos y lectores por igual. Se niegan a entender que tengo 11 personalidades completamente distintas: 1) El Jorobadito, 2) Roberto, 3) Shirley Temple, 4) Yo mismo, ligeramente distinto, 5) El Rata, 6) Quique, 7) Antonio, 8) Gabriel, 9) Felipe, 10) El Mutilador, 11) Un cuchillo, 12) El Hombrecito de las Hormigas, 13)
Once personalidades distintas nos dan una muestra de la delirante personalidad del pintor protagonista de la novela, que nos habla también del “autoplagio” como el motor de la continuidad.
Personalidades oscuras, todas enojadas, todas molestas con el diario acontecer, con la violencia de una sociedad hipócrita, desalmada, en donde además el dinero y lo superfluo, lo banal se han consagrado como los elementos centrales de a vida. Polleri se convierte así en una voz central, única, disonante, que nos viene a dar cuenta de una visión externa, salvaje de la literatura. Una visión cruda, oscura, pero necesaria para entender que la literatura, la buena y sana literatura se sigue escribiendo desde los márgenes, desde la periferia. Una periferia que nos sigue alimentando de un arte desprovisto de buenas maneras. El pintor salvaje y descarnado de Polleri nos viene a contar que el arte no salva a nadie, porque ya todos estamos condenados. El autor uruguayo nos da cuenta así de la condena que nos consume a todos, entrando de frente al horror y a la oscuridad que nos rodea, para contarla sin ambages.