Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez / Cecilia Santiago
“Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”.
Alejandra Pizarnik
Las palabras de la poeta Alejandra Pizarnik me sirven de pretexto para hablar de este libro que pienso es una osadía para explicar a través del horror místico una realidad que en sí misma es tan cruel, que su creadora, Mariana Enríquez, rebuscó en las palabras una forma de narrar unas vidas trágicas de una manera que fuera menos doloroso de leer, quizá una forma ficcional para vacunarnos y pensar que el mal es solo fantástico.
Nuestra parte de noche consta de seis pedazos que narrativamente saltan de una época a otra y juntos trazan 37 años de memorias que condensan la vida de muchos personajes de distintas nacionalidades y estatus sociales. Emigrantes y mestizos se conectan a la historia en un mundo en donde “el dinero es un país en sí mismo” y se retratan progenies antiguas que amasaron fortunas a costa de negocios sostenidos en pasajes poco éticos, permitiendo que el lector se adentre en un culto que rinde homenaje a dioses paganos, crueles, salvajes y dementes que utilizan su poder para someter y esclavizar, obligando a sus sirvientes a consumirse como medio para establecer contacto con el poder de dioses y su divinidad prometida: la vida eterna.
Es al mismo tiempo una historia que narra los horrores de la dictadura militar en Argentina, una época estremecida, atestada de abusos y violencia, en la que los hombres decretaron exterminar a los hijos de los hijos de la nación, haciéndolos desaparecer, entregando impunemente sus cuerpos torturados y mutilados a las entrañas de la tierra.
Es también una novela sobre la oscuridad que se refugia en el día, en el sueño, en la muerte y que no es la misma que nos envuelve de noche. Donde los espíritus no son personas sino recuerdos suspendidos en el tiempo que tan sólo unos cuantos tienen la habilidad de ver y percibir. Donde los personajes observan terribles escenas pintadas de dolor con gesto apacible, devocional e incluso un deje de satisfacción sádica, una historia donde las promesas nunca llegan a cumplirse.
De todas las historias, la esencial para mí es el relato de un hijo y un padre, unidos por distintos lazos revelados paulatinamente a lo largo del tiempo. Un padre que desea tener algo suyo, algo que ante su situación de servidumbre le será propio y para conseguirlo está dispuesto a fraguar una venganza que le quite al culto al recipiente, por tanto, el futuro de la continuidad del rito. Esta decisión supone aligerar al niño del fardo de ser la conexión entre dioses y humanos hambrientos de un poder enloquecido que no pueden controlar y que tampoco entienden. Con esta premisa, el padre forjará una protección para su hijo y esta decisión lo llevará a manifestar una violencia furiosa que depositará una y otra vez sobre el niño que irá creciendo temiéndole, confundido, lleno de vacíos y ausencias de episodios que podrían infundirle alguna clase de entendimiento o sentido, quizá de paz.
El libro catalogado como literatura de terror, me hizo reflexionar en lo aterrador que es, que en la cabeza de nuestros padres siempre existe una justificación que asegura que la educación que nos han brindado, y que las acciones y decisiones que toman en pos de nosotros, son siempre las correctas, sin importar el medio que utilicen para conseguir su objetivo de proyecto idóneo, aunque eso nos influya a entrar en un ciclo interminable de ida y regreso entre la frustración y la repetición. Así en esta novela, la decisión tomada por el padre para proveer la posibilidad de una vida salpicada de un poco de felicidad para su hijo, lo llevará fatalmente a destruir toda confianza, amor, gratitud, conocimiento y empatía que, desde mi punto de vista, quizá podría haber salvado al hijo del autoinfligido destierro y de la soledad absoluta.
Alguna vez el padre fue también un niño, aunque pobre y enfermo, cuya voluntad por vivir era monstruosa y para los miembros del culto, su encuentro fue un hallazgo considerado sagrado, el poder de presenciar por única vez en la vida un hecho extraordinario. Ese niño contactó con un poder al que sería imposible renunciar y el milagro arrastró consigo dolor, decepción, desconcierto que envolvió al hombre, al punto de convertirlo en una irradiación de triste belleza y soledad destructora.
Nuestra parte de noche está llena de paradojas, es una historia que deja en claro que sobre nosotros se cierne mucha más oscuridad que su antónimo, en el sentido literal, pero sobre todo en el espacio simbólico de nuestros actos, en nuestra selección de palabras y en la forma en la que actuamos. Es un relato con una prosa espléndida, un texto emocionante que no te permite aflojar tu agarre sobre sus páginas, que también deja un regusto melancólico y un pensamiento prolongado de que quizá sea cierto, que “el amor es impuro, contamina y te vuelve posesiva, salvaje, destructiva” y que “cuando no se puede pelear, la única manera de estar en paz es rendirse”.
rendirse es ya de por si una voluntad de propia paz interior, de convulsión…