El cuarto jinete de Verónica Murguía / Adriana Dorantes

El cuarto jinete

9.6

TRAMA

9.0/10

PERSONAJES

9.0/10

ESTILO

10.0/10

ESCENARIOS/AMBIENTACIÓN

10.0/10

IMPACTO

9.8/10

Lo mejor

  • El lenguaje preciso, cuidado que hilvana una narrativa erudita pero no impostada
  • La autora acierta al reproducir y comunicar sensaciones, olores y ambientes

Puede mejorar

  • Podría recoger nuevas voces o hacer que algunos personajes volvieran a tener una intervención en la novela

La llegada de la peste bubónica pareció cumplir con lo escrito por Juan de Patmos: el cuarto jinete del Apocalipsis se llamará Mortandad y traerá consigo el Infierno. A partir de esta sentencia, Verónica Murguía sumerge al lector a través de las diferentes voces que habitan El cuarto jinete: un coro compuesto por gente que habitó ese París devastado por la enfermedad en el año de 1348, gente del pueblo, trabajadores, campesinos, lavanderas, monjas, carboneros, flagelantes, enterradores, mendigos. Y con sus voces recrea no sólo el padecimiento de la enfermedad sino la cantidad inimaginable de muertos que se hacinaban en todos los lugares posibles y para los que ya no había espacio siquiera para ser enterrados.

Sin duda alguna, Verónica Murguía es una de las grandes escritoras mexicanas. Este libro da cuenta no sólo de una excelente narrativa sino de una erudición tal que parece que ella misma fue testigo directo de todo lo que se vivió en el siglo XIV. El libro cuenta lo que implicó la enfermedad físicamente en los seres humanos, pero una de las grandes virtudes del libro es la elección en cuanto a forma y lenguaje: Verónica es cruda, real, dolorosa y totalmente descarnada, pero al mismo tiempo medida y nunca cae en lo burdo o lo innecesario. La narración transporta rápida y genuinamente a esa Francia apestada en cuyas calles se puede no sólo ver la muerte sino oler cada una de las exhalaciones propias de los enfermos, los vómitos, las bubas explotando, los dolores y la eventual muerte, terrible e inevitable muerte de los apestados.

Además, es una inmersión erudita sobre lo que era el mundo entonces. Verónica demuestra su pasión por la historia y específicamente por la Edad Media, pues logra transmitir las “orillas” de la peste, si se puede llamar así, es decir, lo que sucedía en el mundo, con una maestría y una belleza que hacen que esta novela sea un coro conmovedor, una estampa fiel de uan época, una forma de entender otras maneras de ser y de existir. Dentro de los detalles que la autora cuenta, de manera periférica pero muy acertada se encuentra la descripción del proceder de los médicos: seres que poseían ciertos saberes específicos —y a nuestros ojos del siglo XXI bastante escasos—, hombres que respetaban algunas costumbres en coordinación con sus saberes y las sutiles o no tan sutiles diferencias entre los médicos europeos y los árabes.

En este inmenso y meticuloso telón, Verónica nos deja entrar en las maneras de ser de varios miembros de la sociedad: qué hacían, cuáles eran las actividades propias de los hombres, por qué a las mujeres se les prohibía particiar en labores curativas, cómo pensaban los mendigos y cómo, dentro de una sociedad que experimentaba el miedo, la incertidumbre y la muerte, la vida sobresalía con fuerza desde lo más profundo de algunos personajes que se concentraban en celebrar su existencia y sus sentimientos, estuvieran o no infectados por la peste.

El cuarto jinete apela al Apocalipsis, sí, pero también otorga un paisaje del pensamiento medieval que nos resulta muy alejado al actual, o quizá no tanto, dado que hemos visto recientemente a líderes de naciones luchar contra los virus con amuletos o con “remedios” que sólo demuestran ignorancia.

Es un libro extraordinario pero también muy necesario; como ella misma lo apunta en la nota final, parecía, hacía algunos años, que una novela sobre la peste bubónica no tendría sentido, pero ahora, después de pasar por otra pandemia, mucho de lo que cuenta Verónica hace eco en lo que hemos vivido en estos meses de cuarentena extendida gracias a una epidemia que llegó sin aviso, curiosamente con una ruta muy similar a la de la Edad Media: desde China hacia Europa.

Verónica Murguía decide dedicar el libro a los médicos y enfermeras, esto en alusión a todos aquellos que lucharon contra la pandemia de Covid-19. Paralelamente, en su novela, Pedro de Hispania y Guy de Comminges, un médico árabe experimentado y un aprendiz francés, respectivamente, son los protagonistas y médicos que atraviesan la novela con sus intrépidas curaciones y sus peculiares historias dolorosas.

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