El rastro de Forrest Gander / Cecilia Santiago
Un profesor de literatura y su esposa ceramista viajan a la frontera entre México y Estados Unidos a través del gran desierto de Chihuahua en busca del escritor Ambrose Bierce, desaparecido desde 1914. El escritor es el pretexto, o más bien, la carnada.
El itinerario traza las rutas del desgajamiento del matrimonio. La pareja se culpa de lo que se infiere, es el fracaso de la crianza de su único hijo. Ambos son incapaces de comunicar lo que piensan el uno del otro. El silencio se instala como una forma de protección hacia sus vulnerabilidades, el distanciamiento se impone.
En este libro, Forrest Gander despliega una asombrosa narrativa sobre el conflicto entre parejas ahogadas hace tiempo en lo cotidiano. Mientras atraviesan caminos, las fisuras en la estructura conyugal se derraman a través de las voces acalladas por años. Uno cree que el otro fue demasiado permisivo y el otro piensa que aquel fue demasiado autoritario; uno, que malgastó la ternura y el otro, que abusó del poder o derrochó presencia o impuso su ausencia.
Rodando sobre caminos polvosos, las dudas ocultas debajo de los tapetes asaltan a la pareja y abren el espacio en el cual germinan los cuestionamientos soslayados en busca de la perfección, de la salvaguarda de la paz y de la convivencia o de la preservación de la fe ciega, la predestinación, la explicación mágica o cósmica de la conjura de las fuerzas sobrenaturales que nos juntan y hacen posible el prodigio de encontrarnos y amarnos.
[…] Sus intolerables rutinas escleróticas. / Las largas reprimendas de la lluvia matutina. / Ese sueño en el cual está segura de estar aún despierta. / A espera de que algo cambie, como la marea. / La insistencia en las mismas preguntas. / El pálido brillo que había creído extinto sobre un fragmento de sentimientos sinceros en una personalidad.
A través del experimento de acompañarse por entre las huellas de un personaje, “a la espera de curarse en la travesía”, el auto se desliza a través del paisaje desértico, entre cielos violetas y naranjas, escasas nubes y amplias planicies de suelos calcáreos, en donde se miran pastizales, nopaleras, dunas y danzan yucas, sotoles, mezquites y gobierna la creosota.
En El rastro se respira y se vibra el desierto como una hermosa biogeografía que desafía las capacidades humanas, no solo de resistencia física, sino de tolerancia. En ese escenario extremo que carece de horizontes, la empatía se trastoca, los sentimientos se confunden, se insinúa lo bello y desde luego, se silencian los distractores visuales, auditivos y mentales del bullicio citadino. El drama del matrimonio parece desgranarse como las arenas interminables de ese desierto magníficamente descrito.
La novela también aborda el entrecruzamiento fronterizo y sus violencias, de hecho, quien lee encontrará al inicio una imagen breve y fulminante de terror, el caos se detiene sin poder discernir qué fue lo que paso, quiénes son esos personajes o cuál será su papel. Para mí, esa introducción me mantuvo en vilo y fue continuamente socorrida por mi cabeza para intentar perfilar los posibles finales, una apuesta personal que continuamente practico cuando me intereso en una novela.
Por supuesto, no voy a contar si atiné el desenlace, pero sí compartiré que las últimas treinta páginas rebosan histeria y contemplación. Sentí la fatalidad, tome partido, juzgué las decisiones, compartí el enojo, viví el hartazgo y la desesperación de terminar en la nada; vibré que podría rendirme y me sorprendió la forma en que Gander mezcló la historia de pareja con los otros personajes.
Lo que ocurra después en un lado u otro de la frontera, eso quedará en el caleidoscopio de las posibilidades que no forman parte del relato.
Intensa y vibrante, se lee como la versión mañanera pre @sopitas y la elaboración del desayuno, again, huevo y sus variantes ….. gesticulando para la hilarante lectura que dice ..
“Por supuesto, no voy a contar si atiné el desenlace, pero sí compartiré que las últimas treinta páginas rebosan histeria y contemplación. Sentí la fatalidad, tome partido, juzgué las decisiones, compartí el enojo, viví el hartazgo y la desesperación de terminar en la nada; vibré que podría rendirme y me sorprendió la forma en que Gander mezcló la historia de pareja con los otros personajes. “