Un amor de Sara Mesa / Daniel Salinas Basave
Por Daniel Salinas Basave
@DanielBasave
Madrileña de nacimiento, sevillana por adopción, Sara es una escritora sui generis, en apariencia demasiado sobria, practicante de una prosa austera, ajena a cualquier indicio de grandilocuencia o arrebato. Ni rastro de desbordes o afanes poéticos en la serenidad de sus párrafos. Creo que es el tono ideal para el tipo de historia que narra. Le agradezco a Sara haber hecho pedazos cualquier asomo de cliché o lugar común a la hora de escribir la historia de amor de su protagonista. Vaya, lo trillado hasta el empalague en los romances novelescos, son pasiones prohibidas, ardientes arrebatos eróticos, sublimes enamoramientos o chistoretas escenas corny de comedia romántica, pero el amorío (o mejor dicho ayunte) de Nat con Andreas podría ganar el título al más anodino e insustancial de la narrativa contemporánea y ahí radica su tremenda originalidad. Nat es una traductora treintañera que llega a vivir (o a refugiarse) a un “pueblo chico infierno grande” llamado La Escapa, en donde arrienda una casucha llena de desperfectos. Su compañero de vida es un perro huraño y aburrido llamado Sieso, carente de toda gracia. Su casero es cagante e invasivo, sus vecinos son mirones chismosos y el villorrio me hace recordar el pueblo blanco de Serrat. Nat sufre con las goteras que infestan el techo de su casa y su casero se niega arreglar. Una tarde cualquiera se presenta en su casa Andreas, quien le hace una propuesta muy simple: taparle todas las goteras a cambio de una cogida. La oferta es hecha de la manera más fría y distante imaginable, sin pizca de juego de seducción. Una vil transacción, un ordinario trueque: te arreglo el techo a cambio de que me “dejes entrar en ti unos minutos”. Me das, te doy. Nat acepta. Andreas es algo así como la negación del amante prototípico: no es guapo, tierno, caballeroso, sentimental, romántico o pasional. Es hosco, distante, inexpresivo y cumple con estar apenas unos instantes dentro de ella. Es un ser de la estirpe del Mersault de Camus, callado y apático hasta la médula. ¿Es posible enamorarse de alguien así? Ahí radica lo atípico y anti convencional de esta novela. Acaso su centro neurálgico sea la imposibilidad de comunicarse y “traducir” sentimientos, lo infructuoso de huir y buscar un refugio, la necesidad de sentirse deseada. La atmósfera es tensa, oscura pero los demonios no acaban de irrumpir en la superficie. A Sara Mesa la descubrí hace unos años con Cicatriz, una novela sobre un culto ladrón de tiendas que se obsesiona con una mujer a la que envía envueltas para regalo las cosas que roba, que van desde libros de ediciones carísimas a lencería fina y zapatos. Sin haberme aún volado la cabeza, puedo decir que ha valido la pena leer a Sara, pues siempre agradezco la rareza y el rompimiento de engranajes.