Historia de la melancolía (antología poética) / Francisco Rapalo
Por Francisco Rapalo
Historia de la melancolía es una antología poética que surgió en el marco del taller de poesía con el mismo nombre, coordinado por Noelia Palma. Esta reunión de nueve voces, a pesar de lo que puede sugerir la categoría de “antología”, no es coyuntural, sino que responde a meses de edición y selección que se deja ver en la consistencia de la obra: sin fisuras, contundente.
Que los textos hayan sido concebidos o trabajados en un taller literario puede dar la impresión (para quien ignore lo que se hace en un buen espacio de escritura) de amateurismo, tal vez hasta de proceso de laboratorio, pero no hay nada más alejado de la verdad con este libro. Recorremos cada autor como mirando por la cerradura de su mundo. No me cabe duda de que estos poemas ejemplifican muchas obras por venir; si se quiere, un vistazo hacia el futuro de nueve escritores en formación, como lo somos todos los que nos dedicamos a esto.
Podemos encontrar paisajes que organizan una mirada poética, como en el caso de Caren Córdoba y Diana Olivera. Cuervos esperando ser alimentados, la nieve que cubre de silencio, lo ominoso vuelto familiar. El paisaje es una piel mineral y animal en la escritura de Córdoba: “Extirpó sus pieles / hasta quitarles el sabor oscuro”. En una búsqueda de la contrabelleza, el paisaje asoma, al final, desde un portarretratos, donde la única extensión que queda por explorar es el interior, quizás tan inhóspito como el afuera. Por otra parte, Olivera reposa en lo vegetal. El mundo de las plantas, que pareciera inescrutable, se vuelve próximo y nos interpela desde su potencia vital de crecer, florecer, dar frutos y marchitarse: “Tamaña obstinación / para que florezca mi día”.
“¿Cuánto tiempo es para siempre?”, se pregunta la voz de Carolina Brieux Olivera. El olvido, la ausencia. Un goteo persistente. “Desde el silencio / las paredes de la casa / se sostienen en lo cotidiano”, le responde un poema de Livia “Flabby” Sotelo. En esta última escritora, con excepcional destreza, el peso lo tiene el vacío, los objetos que se preparan, esperan ser usados. Allí donde cae una luz, hay una sombra que falta. Mientras tanto, en Brieux Olivera la escena cotidiana está poblada de voces, presencias duras, los objetos son destruidos. Y sin embargo, la revelación aparece con una delicadeza irónica, señalando el grito enmudecido por la rutina: “Aún así seguía / sin levar. / Apenas un suero o un ya basta / por lo bajo. (…). Las moscas ya pusieron / sus huevos en el engrudo”.
Jonatan Valente presenta un registro natural, sin ninguna pretensión. Rescata la poesía de la vida, que se puede presentar en el diálogo de un padre y un hijo, una salida de sábado al mercado, en las palabras que se escuchan en la calle como pájaros de ciudad que cruzan el cielo y se posan en el alumbrado público. “En una de esas, / entre pichones, verduras, ropa; / algo pareció brillar”. Y llega, sin esperarse, al asombro.
“Las palabras / se desprenden / como las parió el instante”. Así es la poesía de Liliana Ester Bertolusso, atravesada por una ira volcánica pero nunca desmedida. No teme señalar sin velos, y se agradece porque retumba después del último verso: “Cerrá los ojos condenado”, dice. Un ardor que oprime, bocas quemadas por el picante. Líneas que burbujean con imágenes cristianas, como derritiéndose en la página. “El Cristo chorrea / en la cruz del altar”.
La poesía como una forma de definir lo que sé: “También / soy inmigrante / y respiro otro aire / que no es éste”. Pero también poesía como alquimia: “Una alquimia extraña / entre paciencia y deseo”. Tanto en Sandra Verónica Wasilewski como en Rosana Gabriela Molina, la palabra aparece luminosa, ligera y tenaz. Hay un mirar hacia la raíz, lo que se transforma desde la tierra. Puede ser dolor que se vuelve misericordia o un otoño que se vuelve canción. La metamorfosis es una transformación silenciosa y constante, siempre invisible, excepto para el poeta, y ambas lo demuestran con lucidez.
Lo que trae Paola Silvina Spadari a la antología es el cuerpo. “El ADN se volvió piedra preciosa”, escribe. Aparece la enfermedad, único destino de la vida. Y lo más rescatable es que, en lugar de hacer escarnio, revitaliza el cuerpo padeciente. “La pava humeaba / los primeros rayos // de esta cicatriz”. Una cicatriz, piel que recubre una herida y la señala, de pronto puede ser punto de luz, no sólo iluminado sino luminoso.
Esta antología no presenta un hilo conductor temático o biográfico. Lo que une a estos autores es la calidad literaria y el trabajo con la coordinadora Noelia Palma, quien en el prólogo dice: “Coincidimos en que el estudio meticuloso de cada verso, cada imagen, cada palabra debidamente elegida confeccionan un artefacto capaz de instalarse en el cuerpo del tiempo”. Análisis microscópico, palabra por palabra, con pinzas, una búsqueda del otro lado del lenguaje, la carilla opuesta. Alejado del lugar común y el sentimentalismo, los autores preparan los poemas como una ofrenda artesanal para el lector.
Profunda, bella y comprometida reseña de Francisco Rapalo del libro Historia de la Melancolía, Antología poética. Una lectura brillante y aguda. Infinitas gracias por este honor.