El libro vacío y Los años falsos de Josefina Vicens/ Cecilia Santiago
El libro vacío y Los años falsos (Fondo de Cultura Económica, 2006) son dos relatos cortos escritos con 24 años de diferencia por Josefina Vicens, quien fuera mecanógrafa, secretaria, burócrata, guionista, sindicalista, crítica taurina a través de su álter ego Pepe “faroles”, escritora y escritor que sin duda se inventó en un tiempo difícil para reconocerse en una identidad de género exclusiva. Cumplió 20 en algún año de la década de los treinta, nacida mujer, se construyó autodidacta para soñar ̶ ser y en esa búsqueda, narró estas dos historias, que, a mi juicio, son diferentes y muy iguales, ahora les cuento por qué.
José García es el narrador de El libro vacío. Un hombre, que trabaja como contador durante el día para cumplir su rol de proveedor en la familia. Cuando vuelve a casa, después de cenar se recoge en un espacio que podría ocupar un estudio en alguna vivienda, ahí saca sus libretas. En una escribe cualquier cosa que acontece y observa. Una especie de diario que afanosamente llena con ecos de su cotidianidad y su conciencia, lo hace porque no puede no hacerlo, lo hace para encontrar el hilo narrativo de algo que trascienda, que tenga la calidad y cantidad justa de palabras originales, una historia digna de ser leída por él y por otros.
Su tarea autoimpuesta surge de una necesidad imperiosa, a los lectores nos va sumergiendo en su “atormentada necesidad” por escribir noche tras noche. El primer cuaderno es un ensayo que, entre otras cosas, relata a la mujer que lo acompaña. La describe un poco “mágica” porque elonga el gasto, mantiene el orden, cría a los hijos y recibe callada y dócil su ausencia, desaliento y vergüenza por querer ser escritor y no tener talento. Nos comparte lo que a sus ojos representa la servidumbre de su mujer, su rencor o su equilibrio ante la vida. La manera en que ella actúa frente a la frustración que él siente por no tener la vida que desea y nos dice que todo vale para justificar que la maltrate.
En esta novela Pepe García se narra a sí mismo y al contarse reflexiona sobre la vida, la clase, el rol asignado, la moral, las elecciones, el arte, las compulsiones… nos hace notar que, ante el paso del tiempo ̶ en el que sabemos que ha pasado el nuestro ̶ las páginas de la otra libreta continúan en blanco porque nada, al parecer, ha valido la pena.
Los años falsos, también es narrada en primera persona, por otro varón que es un hijo, al menos al principio. Luis Alfonso Fernández, va transmutándose en la novela a partir de la muerte de su padre, hasta el punto en que comencé a preguntarme, si alguna vez fue el hijo o si siempre fue el padre. En esta historia Josefina Vicens plantea desde la vida común, cómo un hombre se forma a partir de los dogmas, las costumbres y las recurrencias en el centro de la reproducción social de una familia.
Esta construcción de la masculinidad hegemónica, me hizo pensar en un escenario hecho de pequeñas piezas, las hijas, las madres, los amigos, los empleos, los atuendos, los gestos, las tareas, los miedos… van completando la metamorfosis que va más allá de crecer y pasar de niño a adulto. Durante el relato, Alfonso Fernández sabe que cada vez pasa más tiempo en la piel de Poncho Fernández, su progenitor, pese a ello y al nítido sentimiento de ser cada día menos él y más el otro, acepta la validación social que le da sentido a su existencia, representando con apego la trama de lo que se espera de él; sacrificándose.
En ambas historias lo que se describe y piensa, ocurre de manera simultánea. En la primera, el lector lee el libro que no está siendo escrito para ser leído; en la segunda, la dualidad configura el ser o no ser. Los protagonistas son varones, Pepe y Alfonso nada tienen en común, ni la edad, ni la profesión, ni ocupan el mismo lugar en sus familias, son ellos individuos, uno más y a la vez uno de muchos hombres o de todos. Los dos dicen lo que deben callar. Las dos son de una claridad y sencillez prodigiosa. Al parecer, fueron estilísticamente innovadoras en su tiempo. Yo, las disfruté mucho, me encontré algunas veces en la aspiración de escribir y me maravillé de la mortificación de vivir una vida sin albedrío.