La lujuria de satán de Armando Mixcoac Chora / Miguel Ángel Hernández
Por Miguel Ángel Hernández Acosta
Existen libros que incomodan por su temática descarnada, porque exploran las obsesiones y manías secretas de los seres humanos que pocas veces nos atrevemos a expresar. Estos ejemplares muestran a la sociedad en su intimidad, en sus miedos y en sus fantasías, y dar luz a estas cuestiones inconfesables es parte de sus méritos. La lujuria de satán, de Armando Mixcoac Chora (Tehuacán, 1983), forma parte de la estirpe de libros como Pu, de Armando Ramírez, pero también de los cuentos de hiperviolencia de Rubem Fonseca. Este libro de relatos breves muestra a personajes sádicos, a hombre violentos, a mujeres dóciles y a una sociedad decadente en donde no hay salvación. Sus tramas lo mismo narran asaltos en transporte público, que encuentros sexuales en el Metro o fantasías de varones que consideran que la mujer no es sino un objeto que debe complacerlos.
Naief Yehya menciona que la pornografía no se encuentra exclusivamente en lo sexual, sino en querer obtener un resultado (el placer) sin ningún punto intermedio; en pasar de la acción al resultado inmediato. En este sentido, los relatos de Mixcoac Chora son pornográficos porque para sus personajes no existe la seducción, ni los preámbulos. Lo que buscan es la satisfacción inmediata de sus deseos.
Los cuentos de La lujuria de satán, en ese sentido, permiten asomarse a una sociedad contemporánea en donde la recompensa a los apetitos propios es lo único valedero, y en la cual se puede apelar a las necesidades individuales como las únicas que deben satisfacerse, pues ya no importa el prójimo ni lo que éste sienta. Por ejemplo, en “Labios rojos”, un hombre viaja en transporte público y fantasea con la mujer que está sentada a su lado. Cuando ella está por descender, y debe pasar frente a él, el hombre empieza a imaginar que la posee ahí mismo, a la vista del resto de los pasajeros. Ella consiente en satisfacerlo e incluso disfruta el momento debido a las dotes sexuales de su compañero de viaje. Mientras, los demás pasajeros no hacen nada, como comprendiendo que ese momento de “intimidad” le corresponde sólo a esa pareja y que su papel es desviar la mirada, tal como se puede hacer con cualquier situación en la cotidianidad. Es decir, el mecanismo de fantasía responde sólo a los deseos de uno, y en ese sentido la otra debe de complacerlo sin que exista un beneficio propio. Los testigos, en cambio, siempre tienen la posibilidad de cerrar los ojos ante tales situaciones incómodas y seguir con su vida diaria. ¿No es esto algo sintomático de la sociedad contemporánea? Esa donde los abusos e injusticias sólo son censurables cuando le afectan a uno mismo…
“El niño Dios del futbol” narra la historia de un hombre que recurre a cuanto remedio contra la disfunción eréctil le ofrecen, y cuyo placer máximo es tener relaciones sexuales mientras ve partidos de futbol. Lo que en un principio es una filia extraña, termina por convertirse en una sátira, en una crítica a un estereotipo de “masculinidad” en la que el placer está oculto en poseer a una mujer mientras se admira (se aviva el deseo) observando a 22 hombres atléticos que sudan.
La lujuria de satán es un libro que confronta al lector con lo que imagina y con aquello que se atreve a confesar (o no) con tal de ser aceptado por la sociedad. Es un compendio que, en medio de una sociedad bienpensante, destaca por lo poco complaciente que es. Mixcoac Chora se aventura con una narrativa agreste que, sin embargo, es reflejo de un momento social victoriano en donde lo público está mediado por unas redes sociales en donde lo íntimo es censurado y por lo tanto siempre debe callarse. Así, asomarse a estos textos es mirar aquello de lo que cada vez se habla menos en la esfera social, pero que es lo que nos está destruyendo como humanidad.
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