El rey Criollo de Parménides García Saldaña / Martin Petrozza
Once son los cuentos que nos entrega Parménides, once las reflexiones, las críticas, las fotografías literarias de un México que hoy sólo algunos recuerdan, cuyo lenguaje, cuyo sentir, cuyo paisaje, se difumina en el pasar del tiempo…
En 1971 sale a la luz El rey criollo, del escritor mexicano Parménides García Saldaña. Libro de cuentos, libro olvidado, libro enterrado entre la fama de sus contemporáneos José Agustín, principalmente, pero además, Gustavo Sainz y René Avilés Fabila. Escritores, todos ellos, considerados del movimiento llamado La Onda, que surgió en México en los años sesenta y que fue, en pocas palabras, la mexicanización de la Generación Beat de los hippies.
Once son los cuentos que nos entrega Parménides, once las reflexiones, las críticas, las fotografías literarias de un México que hoy sólo algunos recuerdan, cuyo lenguaje, cuyo sentir, cuyo paisaje, se difumina en el pasar del tiempo, en el pasado que se pierde al desaparecer frases como ahí nos vidrios, cocodrilos o practicar la colchoniza o el box-spring, ambos sinónimos de fornicar. Calificativos como las adornadas, para referirnos a las presumidas, las fresas. En un México donde se hacía cola para hablar por teléfono público; donde salir a la calle era desaparecer, pues una vez saliendo de casa, no había celulares ni mensajes de texto. Una sociedad que ya sospechaba de los políticos mexicanos, pero que aún tenía esperanza de poder cambiar las cosas…
Hijo de su tiempo, Parménides es fanático del rock and roll de su época. En El Rey Criollo, cuyo título alude a una canción homónima del rey del rock, Elvis Presley, un grupo de chavos de la colonia Narvarte van a ver una película protagonizada por Elvis, intitulada The King Creole, donde se encuentran con los Gatos, una pandilla, y con otras más, algunas de la Roma, de la Guerrero, que no pierden oportunidad de agarrarse a trompadas. El despapaye que se arma representa bien a la juventud de aquellos años, incomprendida, abandonada, censurada, estigmatizada por los medios de comunicación, a la que no le quedó de otra que generar sus propias familias (pandillas) para hacerse un lugar, aunque marginal, en la existencia de un México represor y autoritario.
La prosa de Parménides es alocada e intensa como su vida real, en la que terminó en un hospital psiquiátrico por pretender matar a su madre. Cada cuento comienza con la entrega de la traducción de una canción de The Rolling Stones, en un intento desesperado del autor por introducirnos a su mundo, su visión, su onda. Y casi a manera de soundtrack, los cuentos se hayan plagados de letras de canciones que los amenizan.
Una lectura ágil, que refleja de manera clara y sin pelos en la lengua a la juventud de los sesenta en México; a las preocupaciones adolescentes de los jóvenes más auténticos, que no niegan sus impulsos ni sus ganas de echar pata todo el tiempo, de ligarse a la más guapa, o de acostarse aunque sea con la más fea, si no hay de otra. De una juventud influenciada por la literatura de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, la música de Coltrane, de todos los rockeros gringos de la época, y claro, del blues del Misisipi. ¿Una copia? Yo diría: una apropiación. Un gusto necesariamente compartido entre dos países vecinos cuya población joven enfrentó más o menos los mismos pesares contra la autoridad y la sociedad idealista de los años 50´s. Parménides, al tenor de la generación Beat, grita con ellos: ¡Al carajo las buenas costumbres!
Una lectura obligada para los mexicanos que desean adentrarse al pasado de su generación, que ilustra las raíces de lo que hoy conocemos como Rock, y que desean reírse, enojarse, emborracharse con las letras de Parménides García Saldaña, acompañarlo en pleitos, amoríos adolescentes, borracheras y hasta en un acapulcazo.