Lavinia de Ursula K. Le Guin / Cecilia Santiago

Les contaré que entre 2007 y 2008 decidí certificarme como instructora de yoga, en ese entonces lo practicaba con regularidad y quería dedicar tiempo formal a su enseñanza. Por azares del destino y desinformación, después de una serie de recomendaciones llegué a una escuela que se dedicaba a la formación y profesionalización de maestros de un tipo de yoga que se tomaba muy en serio la trasmisión de conocimientos con base en lo enseñado por el maestro original que trajo los saberes de India a América, por tanto, el protocolo de elección constaba de muchos pasos. Uno de ellos consistió en una entrevista. Durante largo rato sostuve una charla cálida e íntima con un maestro que al finalizar me dijo que yo “era un alma muy vieja”. 

Esta frase se sostiene en la idea de la reencarnación, ya que de acuerdo al interlocutor mi manera de ver y explicar el mundo era producto de las múltiples vidas que yo había vivido. Para mí, que soy asquerosamente escéptica (cuando me conviene), las vidas vienen cargadas, por un lado, en la memoria colectiva y por otro, en los libros que se han leído y que se han sedimentado en las dendritas, ramificándose, provocando impulsos, respuestas, recuerdos y resoluciones. De ahí parto para argumentar que la percepción que tuvo el maestro al hablar conmigo tiene todo que ver con las historias de Ursula K. Le Guin y la manera en la que me ha influenciado para ser quién soy y pensar el mundo. 

Comencé a leer a Le Guin allá por el año 91. Empecé con su opera prima El mundo de Rocannon y desde entonces no he parado, prácticamente conozco toda su obra. Unos libros han sido más significativos que otros y algunos me han acompañado en etapas cruciales de mi vida; siempre será memorable pensar en Cuatro caminos hacia el perdón que estuvo ahí mientras adquiría la conciencia de que había un ser en su etapa anfibia moviéndose dentro de mí. 

Ursula escribe de relaciones entre personas enmarcadas en ceñidos esquemas culturales; mira tradiciones y creencias como rutas que marcan los destinos que se tuercen cuando el albedrio se impone al tomar decisiones; explora las dualidades interpretativas sobre lo que unos piensan que es bueno o lo que otros conciben como malo, porque no todas las creencias son universales. Quizá no sea imparcial, quizá tenga una intención moralizante (a mí no me lo parece) pero en sus relatos hay diversidad en la acepción más integra del término. Sus textos están cargados de humanismo, más que de ecologismo, capitalismo o feminismo. Con Ursula te sumerges en las posibilidades o en las contradicciones de un sistema moral, religioso, económico, militar… son páginas sencillas que contienen preguntas fundamentales, se flota entre la reflexión y el impacto que provoca mirar al otro, conocer al otro, entender al otro o querer ser otro.

Con sus ficciones Ursula K. Le Guin ha sido parte de mi ser mujer, que adquiere un eco transformador a partir de sus personajes; mi ser persona frente a otras entiende de empatía y compasión, de dignidad y fuerza; mi ser hija entiende, asimila, dimensiona y perdona; mi ser política y ciudadana se consolida; mi ser historia se encuentra y camina del pasado hacia el futuro tocando base en el presente. Mi ser combatiente, mi ser negociador, mi ser madre; todas las formas y los momentos han sido acompañados significativamente por su literatura…y eso construye “un alma vieja”.

En estos treinta años de leer a Ursula, Lavinia escrito diez años antes de su muerte, no ha sido una lectura menos impactante y no será menos fundamental, no solo porque mantiene su impecable y austero estilo, sino por dar voz a un personaje femenino, secundario, casi inadvertido. Rescata un nombre salido de una partecita del poema épico de Virgilio (La Eneida) y dota de esencia y espíritu a Lavinia, una mujer latina, hija de reyes, cuyo papel en la epopeya se reduce a desposar a Eneas, el héroe con sangre de dioses, sobreviviente del asedio troyano, del cual nacerá el mito de que su progenie dio origen al poderoso imperio romano. 

En este libro Le Guin hace existir a Lavinia en su cotidianidad más mundana sin eclipsarla frente al honorable guerrero, la coloca a ella eligiendo al hombre y a su destino, sin exaltar su papel como dadora de hijos, en un tiempo en el que el matrimonio era el deber y la mujer, moneda de cambio. Al darle vida y la independencia limitada de la que podría disponer, la lleva del patio de la casa, al ala de las mujeres, a cumplir sus obligaciones religiosas o a hilar la lana. La describe recorriendo los ya inexistentes y densos bosques de la península itálica, realizando rituales profundamente religiosos que permiten admitir la fragilidad de la existencia en un mundo que engendra varones que nacen para sembrar los campos y sobre todo para ir a la batalla y alimentar con su carne, los campos donde se edificarán ciudades.

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