Lodo de Guillermo Fadanelli / Cecilia Santiago
El impulso vital del deseo o, mejor dicho, una pulsión de Benito Torrentera, el personaje central de este relato, es lo que traza de principio a fin a Lodo, novela escrita por Guillermo Fadanelli en 2002 y reeditada por Almadía en 2018.
Lodo es sin duda, una ficción bien construida, absorbente en todo momento y fácil de leer. Retrata el ser de un varón casi quincuagenario, poco atractivo, lector ávido desde niño, filosofo de profesión y profesor universitario de asignatura, que se describe como escaso de talento para sobresalir, haciendo brillantes disertaciones sobre lo que “otros” han dicho acerca de los asuntos fundamentales de la existencia humana.
Así transcurre la vida de Torrentera hasta que sus sentidos y el azar le hacen percibir a Flor Eduarda, una joven mujer entrando en la segunda década de su vida, cuya intersección le saca de su existencia anodina.
Si bien, la literatura no necesariamente debe servir para moralizar y dado que Benito puede hacer que se sucumba ante su tragedia y autoflagelación, la propuesta es abordar este libro con una visión crítica, ya que desde mi punto de vista abona a comprender los complejos atavismos del patriarcado que gobiernan los actos más elementales de nuestras existencias, como enamorarnos, desear, poseer y justificar nuestras decisiones a través de discursos naturalistas, que tanto daño le hacen a nuestras sociedades.
Para muestra, a diario somos sacudidas por la violencia cotidiana en la que vivimos. Mujeres de todas las edades son desaparecidas, ultrajadas, esclavizadas, ninguneadas, invisibilizadas, retenidas y asesinadas, porque en el origen de las sociedades sedentáreas, los hombres propusieron los arreglos de las instituciones que hacen de nosotras cuerpos deshumanizados, diseccionados por partes, como hace Benito, cuando comienza a engullir, lo que será más tarde su ofuscada obsesión por Flor Eduarda.
Benito Torrentera nos cuenta que nunca se sintió atractivo, que, frente a su soledad se consolaba con mujeres dedicadas al trabajo sexual, a las que no maltrataba, pero a las que de vez en cuando les gritaba en sus oídos: “Cerda, jamás vas a salir del lodo”. Nos dice que regalaba libros a sus alumnas, esperando que ellas tuvieran deseos de corresponderle, dándole sus cuerpos. Repara en que no es misógino, que nos teme porque es consciente del daño que somos capaces de hacerle y que es difícil evitarnos ya que representamos a la mitad de la población mundial. Por ahí se entrevera un: “Si invito a una mujer a cenar en más de dos ocasiones poniendo en peligro mi economía es justo que ella me corresponda ofreciéndome su cuerpo”.
Flor Eduarda es descrita a través de sus ojos como animalillo sumiso, dispuesto a desgarrarlo. Como una criatura hostil, ignorante, prístina, con un cuerpo terso, turgente y tibio al que accede sin pudor porque le retribuye favores. Torrentera piensa que su sufrimiento a galopado se intensifica porque le es imposible mantenerla dentro de su puño.
Cada una de estas ideas manifestadas por el protagonista de Lodo, no son solo frases aisladas e inocuas en una historia oscuramente divertida, sarcástica y hasta inofensiva, son la representación actual del pensamiento de una sociedad injusta, que perpetua la desigualdad a través de nociones que despojan de la responsabilidad de decidir y actuar frente a las situaciones que se nos ponen enfrente. No es que Benito sea exclusivamente victimario, hostil y aprovechado y Flor Eduarda una víctima sin poder, pero él cuenta los sucesos soslayando el origen social y económico de ella, su edad o su experiencia, de hecho, le vale un pepino quién es ella o su destino, lo único que le importa es remontar los acontecimientos para tratar de justificarse y regodearse, ante él, el abogado, el amigo, la justicia… ante quienes le escuchamos.
Lodo es un gran título y le va perfecto a Torrentera. Cuando veía de niña las caricaturas antiguas, me llamaba la atención que los cerditos fueran representados sumergidos en grandes charcas de lodo, hasta un día en que después de un chubasco se formaron socavones de lodo en las calles del pueblo de mi padre, ahí vi por primera vez la imagen: los cerdos de las casas cercanas se refrescaban embelesados, divertidos y felices; como Benito Torrentera regodeado, retozando, hasta el cuello en la charca que se fabricó.
De acuerdo a Fadanelli, Flor Eduarda, más como construcción que como persona, brinda a Torrentera “la oportunidad de declinar, fracasar y sentir”, una idea romántica… pienso que ella fue su pretexto para no aceptar su fracaso y su incapacidad para conformarse y declinar.