«Operación San Mateo del Mar: Crónica de una masacre», de Aquino Lobos Serret y Comité de Víctimas y Familiares Ikoots de la Masacre de San Mateo del Mar

«¿Qué tan grande debe ser el criminal como para que deban tomarse tantas precauciones?»


El 21 de junio de 2020, en el municipio de San Mateo del Mar, en Oaxaca, 15 indígenas ikoots fueron torturados, lapidados y quemados vivos por un grupo de 150 a 300 personas. A alguno lo habían colgado antes, mientras que a otros los habían llevado a la prisión del lugar. Todas fueron detenciones arbitrarias. ¿La razón de la masacre? Les habían arrebatado el poder por medio de elecciones legítimas.

La historia, sin embargo, empieza con un grupo de personas que desacató el retén sanitario que existía debido a la pandemia por COVID-19. Esos días se celebraba la fiesta del pueblo y, a pesar de que se había acordado realizarla, los hombres de José Luis Chávez detuvieron a quienes habían ido por un grupo de músicos que amenizarían la fiesta patronal. Luego improvisó una asamblea con gente cercana a él, decidió encarcelar a los pobladores y liberar a los músicos a cambio de 15 mil pesos. A los otros debían matarlos: “sentenció, frente a todos: ‘A las 2:00 de la mañana los vamos a sacar de la cárcel y los vamos a quemar vivos por desoír al pueblo’”. Y la palabra “pueblo”, como sucede cada vez más a menudo, significa sólo “nosotros”, mientras que los “otros” jamás podrán serlo.

Asimismo, detuvieron a Rosario, sin darle una explicación y, cuando la llevaron a prisión, Chávez la tiró del brassiere, forcejeó con ella, le bajó el pantalón e introdujo la punta de su pistola en su vagina. “Chávez se levantó, como si apenas advirtiera que no estaba solo, que había testigos. Se llevó los cabellos hacia atrás y le apuntó a Rosario con la pistola. Rosario sintió, de forma instantánea, que el coraje sustituía al miedo y una furia la recorría de pies a cabeza”.

Más tarde llegaron más mujeres, con sus hijas, pues habían ido por ellas a sus casas y las habían detenido sin mediar explicación. A los hombres los tenían en una celda aparte, y por la noche llegó la gente de Chávez y comenzaron a apedrear a quienes estaban detenidos, les lanzaron pedazos de block, los navajearon, les dieron machetazos. “[…] los agresores arrojaron más piedras y luego se subieron al techo. Desde ahí, alguien gritó: “–¡Traigan la gasolina, para prenderles fuego y que se quemen!”. Era de noche y el horror continuaría.

Quienes lograron escapar se metieron al bosque intentando huir de la turba, pero ésta los perseguía de cerca, alumbrada por las lámparas de los policías municipales, quienes servían de cómplices. Fueron horas largas que ni con la claridad de la mañana dejaron de ser salvajes. “El lunes, a las 7 de la tarde, Rosario huyó de Huazantlán del Río, a escondidas. Salió por una ruta del monte. La siguieron con lámparas e, incluso, los agresores hicieron disparos al aire. Rosario sabía que eran los hombres de Chávez, quienes no querían dejar testigos de la agresión del día anterior. // Rosario salió de San Mateo del Mar y llegó a las oficinas de la Fiscalía Local de Salina Cruz, con la intención de levantar una denuncia, pero su voz no fue escuchada”.

Días después, los 16 sobrevivientes levantaron una denuncia ante la Fiscalía General del Estado de Oaxaca, pero ahí también pareció que todos eran sordos y no los notaron, ni siquiera cuando instalaron un plantón en la capital del estado, hasta donde llegaron quienes antes habían intentado quemarlos sólo para amenazarlos…

Escrito en primera persona, Operación San Mateo del Mar: Crónica de una masacre, es un libro que no tiene autores, sino seudónimos que un colectivo decidió usar por temor a represalias. El ejemplar (sin pie de imprenta, sin página legal, sin posibilidad de adquirirse en librerías) está formado por 15 secciones en las que se narra la masacre, pero también los antecedentes sociopolíticos que pudieran explicar cómo en un estado como Oaxaca es posible cometer un castigo, tener a la policía municipal como testigo y no ser detenido. Ese estado en donde se ubican 356 de los 460 municipios del país considerados en pobreza extrema, y donde sólo 2 por ciento de la población cuenta con acceso a salud, educación y vivienda digna. Y claro, donde existe un municipio como San Mateo del Mar que en 2020 no brindaba alcantarillado a 26.7% de su población, 62% no contaba con red de suministro de agua, 23.9% de sus habitantes no tenía baño y 15.8% no tenía energía eléctrica.

Tras esta crónica se adivina a un “autor” que ha leído a Walsh, a Vargas Llosa, a quien le importa la historia, la filosofía y la sociología. Hay en sus páginas un cuidado por no revictimizar a los sobrevivientes y por establecer cómo el poder político se vuelve ciego cuando se trata de defender a los “otros”. El contexto histórico que establece permite que el lector vea la masacre como resultado de inercias que se permitieron y solaparon por los diferentes gobiernos priistas. En sus páginas la desazón se cuela ante los datos abrumadores, y la narración (fluida, eficiente, casi como si fuera un thriller) da cuenta del horror y la sinrazón que está más presente en algunos municipios del país.

Al final del libro, en los Agradecimientos, se establece que su escritura fue posible gracias al trabajo gratuito de un grupo de activistas integrado por escritores, periodistas, sociólogos, historiadores, editores, correctores de estilo y diseñadores gráficos. “La impresión y el tiraje […] se sufragó gracias a los donativos […] de dos organizaciones que pidieron no ser mencionadas por temor a represalias”. Estas aclaraciones, las voces anónimas de algunos sobrevivientes, la valentía de quienes ofrecen sus nombres y la inacción gubernamental propicia que el miedo se filtre incluso en el lector. ¿Qué tan grande debe ser el criminal como para que deban tomarse tantas precauciones?

Éste es un libro que busca homenajear a las víctimas, además de exigir justicia. Sus páginas son de esas que deben avergonzarnos como sociedad, pero también hacernos reflexionar. Hay en cada testimonio un valor que quizá no sepamos aquilatar mientras cómodamente pasamos los ojos por esas letras. El “pueblo”, no los “otros”, fue masacrado y no ha sido defendido, en cambio sus agresores fueron protegidos por la policía.

Como dicen los autores, “Sea este libro […] un grito a ese cielo estrellado con una sola exigencia: ‘¡Justicia!’. Ni perdón ni olvido”.

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