“Solito”, de Javier Zamora / Por Javier Moro Hernández

“Pareciera que América latina se estuviera moviendo hacia el norte de manera lenta pero inexorable, dejando a su paso cientos, miles de historias dolorosas, cientos de historias del sufrimiento humano.”


A los nueve años Javier Zamora realizó el viaje desde su natal Salvador hacia los Estados Unidos, solito. Y es así como se llama su libro más reciente: Solito, publicado en los Estados Unidos por la editorial Hogarth.

Solito es un libro de memorias del viaje de un niño de nueve años que cruza tres países para llegar a vivir con sus padres en los Estados Unidos. Un libro de memorias de un niño que migra para encontrarse con sus padres en un país del que desconoce todo, pero del que sueña, de manera infantil, inocente, que encontrará la paz y la alegría, que no tiene en el pequeño pueblo costero de su natal El Salvador.

Es muy difícil condensar en unas cuantas palabras todo lo que envuelve, todo lo que se encuentra en una obra como las memorias infantiles del escritor y poeta Javier Zamora. Libro de no ficción, que podríamos considerar necesario para comprender, para conocer un poco de lo que implica viajar solo, como inmigrante, a través de tres países distintos, para encontrar un mejor futuro.

Los padres de Javier habían migrado cuando él tenía un año a los Estados Unidos, huyendo de la guerra civil, y desde allá le envían juguetes, dinero y ropa para que a su pequeño no le faltara nada. Sin embargo, el sueño que los mueve es volver a estar juntos.

Así que un buen día anuncian a los abuelos y al mismo Javier que han logrado juntar el dinero suficiente para pagarle a los coyotes para que el niño pueda viajar hasta los Estados Unidos y reunirse con ellos. Así empezará el viaje de Javier. Un viaje terrible, intenso. Un viaje que nadie debería hacer, a través de Guatemala y de México para poder llegar hasta la ciudad de Tucson en Arizona, en donde se reunirá (si todo sale bien) con sus padres.

A través de las palabras infantiles, Javier logra trasportarnos a un viaje de cientos de kilómetros por carreteras, por desiertos, por montes, por calles, por autobuses, por hoteles, por casas, por noches, por los días enteros, cotidianos, cercanos de una migración, que implica cientos de riesgos para la vida de las personas que día a día toman la decisión de correr esos riesgos.

Javier (o Chepito como le dicen en su casa) sale de su pueblo junto a su abuelo y un pequeño grupo de salvadoreños que terminarán convirtiéndose en una pequeña familia que acompañará y que cuidará del más pequeño de ellos. Este grupo se unirá a otros con los que cruzarán la frontera entre Guatemala y México. Pero de ahí, toda la ruta que les ha dicho el Coyote a su familia cambiará abruptamente.

El grupo de Javier será llevado por los coyotes hasta un pueblo en el Pacífico en donde tomarán unas lanchas de motor, que viajarán a lo largo de la costa de Chiapas con su preciado botín de seres humanos, sin detenerse ni para ir al baño. Un recorrido extremo, cansado, en que muchos de los migrantes sufrirán de mareos, de cansancio. Un viaje aterrador para un niño de nueve años. Un viaje que dejará claro que el agua es uno de los bienes más preciados a lo largo de todo el viaje.

De ahí el grupo sorteará el estado de Oaxaca con mala suerte, ya que son bajados por militares corruptos en un puesto de revisión, después de que una mujer los señalara como ilegales. Alguien los escuchó hablar, les dice el joven coyote que los acompaña en ese momento. Alguien desconfió de su manera de hablar y se dio cuenta de que no son mexicanos. Porque el grupo viaja con papeles falsos, con nombres falsos y se deben de aprender el himno nacional mexicano. Sin embargo, los soldados los dejan seguir al robarles parte de su dinero. Tendrán que caminar por el monte hasta que un camión de transporte accede a llevarlos hasta Acapulco. Ahí, los hombres jóvenes que forman parte del grupo saldrán un poco temerosos a la gran ciudad, de la que han escuchado a través del cine y de la tele mexicana.

La voz narrativa de Zamora sorprende por su ingenuidad, sorprende porque logra reconstruir la visión de un niño que se admira por las pequeñas cosas que encuentra en el camino: La belleza de la naturaleza por la que cruzan, tan diferente a la de su pequeño pueblo natal, o con la comida, con los tacos, con el picante, que casi no se consume en su país. Pequeñas diferencias, pequeñas distracciones que hacen llevadero un viaje que debería hacerse en semanas y que los toma al grupo un total de 49 días.

Tendrán que cruzar todavía por Guadalajara, en donde podrán ver la final del futbol mexicana, para continuar hasta Sonora. Sin apenas abrir la boca, para evitar ser identificados como migrantes ilegales. En Sonora, el coyote los dejará ya en manos del “pollero”: Ellos se han convertido ya en “pollos” listos para cruzar la frontera.

En todo ese tiempo, Chepito no podrá comunicarse con su familia. Ni con la de El Salvador ni con sus padres en los Estados Unidos, que solo sabrán que Chepito está bien. Sus padres pagaron la totalidad del viaje por lo tanto los polleros no consideran necesario que él hable con ellos. A los únicos que se les permite comunicarse con sus familias es a aquellos migrantes que no han terminado de pagar el viaje y que necesitan hablar para que les envíen más dinero para seguir el trayecto. Una vez que el dinero llega, el viaje continúa.

Un viaje lento, angustiante, un viaje en donde todo, hablar, reír, pagar con otra moneda, es peligroso.

El grupo de Chepito, su familia, se verá disminuido por traiciones, robos y el encuentro con la migra, la Border Patrol gringa. Chepito y su grupo serán detenidos en el primer intento, después de que el cansancio los venciera. Serán repatriados a México porque para las autoridades gringas todo es más fácil si los envían lo más rápido posible al otro lado de la frontera.

Pero ellos lo intentarán una vez más cruzando el peligroso desierto de Arizona, en donde se han quedado cientos de migrantes, que se han perdido (como les pasó a ellos), se han deshidratado, han alucinado, han quedado agotados a lo largo de esa franja de tierra de calores asfixiantes y de fríos que hielan la sangre.

Y lo intentarán una tercera vez. Son ya casi unos veteranos cuando lo intentan de nuevo, que es el último intento que los polleros les permiten gracias al pago que han realizado sus familias.

Solito también es un caleidoscopio en donde podemos ver, escuchar, palpar las historias distintas que los migrantes llevan a cuestas. Los sueños de personas que no quieren migrar, que no quieren dejar abandonado su país, su tierra, a sus parientes, a sus amigos, a sus animales. Pero que lo hacen impulsados por la necesidad, por el miedo, la angustia de ver que en sus países no hay nada para ellos.

Javier logró cruzar la frontera, adoptado por un grupo de personas, de las cuáles se tuvo que despedir una vez que llegaron a su destino. Él se quedó en una casa de seguridad en Tucson y ellos se fueron de noche, sin despedirse hacia la costa Este de los Estados Unidos.

Pocas veces logrará hablar con ellos, pero el libro está dedicado a Chino, Patricia y Carla, la pequeña familia que acompañó, lo acogió y abrazó a Chepito a lo largo de este viaje.

Javier realizó su viaje en el 2001, y muchas cosas han cambiado en estos años, en donde, por ejemplo, la migración se convirtió en un gran negocio para los carteles. Ahora no hay ningún coyote que no trabaje para ellos. Pero, además, países como Venezuela, Cuba y Ecuador se han convertido en grandes exportadores de migrantes. Pareciera que América latina se estuviera moviendo hacia el norte de manera lenta pero inexorable, dejando a su paso cientos, miles de historias dolorosas, cientos de historias del sufrimiento humano.

Mucho ha cambiado desde que Javier Zamora, Chepito, inició su periplo, pero la necesidad de contar las historias de esta migración enorme, que parece no tener fin, se ha vuelto ineludible. Cientos de pasos han marcado la huella necesaria para entender el fenómeno de la migración más allá de las políticas represoras, de detenciones masivas, que al final de cuentas, sólo fortalecen al crimen organizado. Aún queda mucho por hacer, pero también mucho por entender, por conocer, por parte del gran público latinoamericano, sobre el fenómeno de la migración en nuestro continente. Solito es un libro que se hace entonces ineludible para entender este que es un fenómeno profundamente humano.

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