Todo Nada de Brenda Lozano / Cecilia Santiago

Todo y nada son conceptos que se contraponen y este libro nada tiene de contradictorio. Muy al principio, cuando recién lo abrí, me percibí analizando el estilo. Remarcar una idea y asignarle un énfasis, que la narradora en su propia conversación interna va pintando de amarillo fluorescente, me resultaba una forma curiosa de escribir frases.

Pero soy una lectora, no una crítica literaria. Hablo de libros desde los sentimientos que me provocan, y cuando me entregué de lleno a la lectura me conmovió hasta la médula.

Brenda Lozano es la autora de Todo Nada, una historia íntima entre Emilia y Emilio Nassar. Una nieta de veintitantos que restaura, a un año de ausencia, la relación con su septuagenario abuelo fallecido, trazando a través de su memoria, un duelo lleno de innumerables despedidas, idas y vueltas entre el pasado previo a la muerte y el tiempo que ahora ocurre para ella. En el relato se percibe que frente al final de una vida (al menos en esta historia), las personas regresan al origen que se afianza al pasado más pasado de la memoria, por eso el viejo antes de desaparecer recuerda, para legarle a Emilia, detalles que nadie más conoció de su paso por el mundo.

Un mundo que crea el de ambos, que se engarza a los hechos percibidos por quien fue hijo, luego esposo y padre, hombre compulso, médico diligente y abuelo acompañante. Los recuerdos del abuelo se cruzan al tiempo de su nieta para mostrar a través de los arrebatos de ella, sus relaciones tortuosas o violentas, quién es, porque -me parece- ser quién se es, requiere a veces de realizar un viacrucis crítico para entender -o al menos explorar- quiénes fueron los que nos precedieron y cómo y en dónde nos sitúan para seguir viviendo.

Con este libro recordé que mi madre me compartió una vez lo mucho que sufrió el enojo permanente de mi abuela unos meses antes de su muerte, anunciada a todos por un diagnóstico médico. El enojo, contaba mi madre, se sentía en el silencio en el que se sumieron todas sus hermanas frente al deterioro físico de mi abuela, que no solo martirizó su cuerpo, sino que también marcó una expresión nueva en su rostro.

Después de reflexionar unos días sobre el tema, me pregunté si habrá alguna persona que sepa que va a morir, sienta dolor permanente, vea día a día cómo se consume, advierta que los alimentos no despiertan su gusto, que los trague insípidos y no los retenga por mucho tiempo en el cuerpo… ¿Habrá alguien que frente a ello se sienta feliz y se muestre sonriente para sentarse o postrarse a esperar a que los órganos del cuerpo dejen de funcionar?

Eso sencillamente es una locura. Mi abuela y el abuelo de la protagonista de Todo Nada, debían despedirse de la vida y para dejar de vivir, una estrategia es liarse a golpes con ella, aunque con eso se asienten unos cuantos empellones a los que se quedarán vivos para después recordarnos, una y otra vez, sin tregua, quiénes fueron cuando estaban, hasta que el recuerdo se precipite sobre nuevos recuerdos que envejecerán y se harán indisolubles con la vida, aún frente a la ausencia. Como dice en alguna página del libro: […] nadie está más tiempo del que quiere, ni más tiempo del que debe estar.

Ante las pérdidas, las sorpresivas, las presagiadas o las anunciadas, tras la devastación, como le dije recién a mi querido amigo Ernesto Núñez (a quien recomiendo leer en: https://www.facebook.com/ernesto.n.chaman), no me queda más que desear que no se contengan las lágrimas; que se aúlle hasta disipar la presión que se aloja en el plexo solar; que se sumen muchos kilómetros de paisajes, caminatas, carreras y rodadas que permitan rumiar los pensamientos, aclarar las emociones, rememorar la dicha y que al final de los días se pueda uno ir a la cama y soltar el cuerpo y calmar la mente, sabiéndonos vivos, acompañados, con suerte, queridos…

4.7 12 votos
¿Qué te pareció el artículo?
Suscribirse
Notificarme
guest
0 Comments
Ve todos los comentarios