Las voladoras de Mónica Ojeda / Silvano Cantú

Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) es oscura, refrescante, voladora. A sus ya grandes títulos novelísticos sumó en años recientes esta gran colección de cuentos de “gótico andino” que bien podría decirse que huelen a lo que sus voladoras: “a vulva y a sándalo”.

En los ocho cuentos que conforman la colección, las frases y las imágenes no son sólo prodigios dispersos, sino una red de símbolos coherentes entre sí, una malla mitológica articulada como un cuerpo poligónico de hechizos, viñetas monstruosas, traumas veteados de memorias sórdidas. De pronto uno siente que lee alguna de esas litografías de Goya de gente con rostros mutilados, jorobadas de terror o humillación, azoradas por espíritus que no sospechan. Es un libro de ese tipo de terror que conmueve, y que está salpicado de coágulos menstruales y fluidos obstétricos, placentas con vida propia y tonalidades de rojos sinestésicos, de hedor a tripas y trozos de bestia desollada. Olores y texturas deplorables, pues, son una de las notas persistente en esos restos troceados de texto. Las frases de Ojeda son viscosas, pegajosas o peludas. También de un lirismo que lo vuelve todo potable. Qué asco, sí, pero potable.

La ecuatoriana nos da hecho tras hecho, objetos, no interpretaciones ni explicaciones ni discursos morales. Esos hechos, crudos, pero concretos, significados a través de imágenes y no de juicios, parecen ser el sello distintivo no sólo de nuestra escritora sino del gótico latinoamericano que cultivan Ojeda, Enríquez, Ampuero, Schweblin, Colanzi y más (iba a escribir “otras más”, pero aquí podría aplicar muy bien el “otrxs más”).

Los ocho cuentos son poderosísimos, pero si tuviera que quedarme con tres (disculpando el recursos a la ficción para ocultar mi torpeza electiva), serían justo “Las voladoras”, que da nombre al conjunto y abre el libro, “Sangre coagulada”, que subvierte los estigmas del aborto llevando al extremo la reductio ad absurdum, o para ahorrarnos el latinajo, que deja cortos y, por tanto, en ridículo, los escrúpulos de los mojigatos pro vida. Finalmente, el que estimo el más experimental, osado e interesante cuento del libro: “El mundo de arriba y el mundo de abajo”, el relato esotérico, miniatura de grimorio, con el que cierra el volumen. El último está escrito como un conjuro de un padre chamán que quiere resucitar el cuerpo de su hija. Me divierte la fantasía de que lo hubiera opinado un curioso Carl Gustav Jung.

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