El reino de lo no lineal de Elisa Díaz / Francisco Muñiz

Por Francisco Muñiz

En el ámbito de la ciencia matemática, el concepto de linealidad plantea la facultad de predecir el comportamiento de un sistema a partir de la suma de los efectos de sus componentes. Es decir, de forma muy general, si un sistema está conformado por un componente A y un componente B, el comportamiento de dicho sistema estará determinado por la suma de A más B. Por ejemplo, si A+B es igual a 7, entonces A y B podrán ser cualquier número racional —es decir, cualquier entero o fracción de enteros positivos—, con tal de que la suma de como resultado 7. En ese sentido, si de antemano se conoce el valor de A, por ampliar el ejemplo, y este es 3, entonces, como A+B=7 y 3+B=7, mediante una sencilla operación algebraica se puede determinar que el valor de B es 4.

Ahora, existen sistemas que no presentan este tipo de comportamiento: los sistemas no lineales. La conducta de un sistema no lineal tiende a ser mucho más compleja, caótica y, en ciertos casos, impredecible. Para analizar un sistema de esta índole se requieren modelos más sofisticados que el presentado anteriormente, e incluso teniéndolos suele ser frecuente la imposibilidad de hallarles soluciones exactas o definitivas. Mientras que un sistema lineal permite tener control o predicción total del comportamiento —como sucede en la electrónica de un teléfono celular—, un sistema no lineal manifiesta una conducta errática, presente, por ejemplo, en fenómenos físicos como la dinámica de fluidos, o en casos pertenecientes al ámbito de la biología (simulaciones de vida biológica), de las ciencias sociales (el caos o los “vórtices” provocados por determinados cambios en las sociedades), entre otras disciplinas.

Como sucede con todo lo misterioso, los sistemas no lineales guardan un atractivo particular. Con el simple hecho de que para estudiarlos fuera necesario desarrollar construcciones teóricas con nombres tan apabullantes como la teoría del caos —o tan hechizantes como el efecto mariposa—, se vuelve tentador hacer un intento, si no por comprenderlos rigurosamente, al menos sí por admirarlos y vislumbrar sus encantos. El reino de lo no lineal, de Elisa Díaz Castelo, permite e incita esto último: concibe la poesía como testimonio de la vida, pero no en su centro sino más bien en sus orillas, en sus extremos; allí, en el borde incierto entre la vida y la muerte; allí, en el espacio intermedio de lo ambiguo.

¿Por qué el título; por qué “el reino de lo no lineal”? En primera instancia, porque la vida y los fenómenos de la existencia no son lineales. Es decir, no hay A+B que determine la vida de una persona, pues toda vida tiene una naturaleza más bien variable, caprichosa. La vida es más que la suma de sus partes: es la suma de sus partes más la retroalimentación caótica que esas partes reciben de todo aquello con lo que interactúan. El viaje desde el nacimiento hacia la muerte, si bien, en forma, es lineal —una línea cronológica—, en fondo o en sustancia es una sucesión de accidentes imposibles de predecir. En un sistema lineal, como una computadora, si introducimos cierta entrada sabemos con exactitud qué salida obtendremos. En un sistema no lineal, como la existencia humana, si introducimos cierta entrada es altamente probable que la salida escape por completo a cualquier expectativa.


En El reino de lo no lineal hay una ida y una vuelta constantes: un ritmo pendular a varias voces. La primera parte —la Vuelta— está construida a base de poemas inspirados en experiencias cercanas a la muerte que la autora obtuvo del sitio web de la Near Death Experience Research Foundation. La segunda —la Ida— relata mediante poemas lo cotidiano en la vida de Orfelia: sus pequeñas muertes diarias. A pesar de que “Vuelta” e “Ida” construyen un recorrido interesante en cuanto son “formas” de experimentar la tensión entre vida y muerte, es en “Vuelta” en donde se encuentra la razón de ser de este ejercicio poético. Además de los poemas inspirados en experiencias cercanas a la muerte, que son diez, entre cada uno hay poemas que, a modo de definiciones caóticas, exponen una suerte de collage semántico: sustantivos, dichos, explicaciones científicas, fragmentos de canciones, fórmulas enciclopédicas y, en fin, frases dispares dentro de una concatenación que, por un lado, desmiembra el concepto de vida, y, por otro, lo unifica.


Vida: menudo adrede recalcitrante: ver el
origen de: ver generalidades: retrospectiva del
concepto: qué no es vida: en el mar ni las
piedras ni la arena: en el bosque ni el incen-
dio ni la llama: interpretaciones: especula-
ciones: modelos híbridos: ni en el espacio:
rotación o traslación de astros aunque qui-
zá: cometas: eso: tal vez de ahí venimos: de
otra parte: lluvia roja de Kerala: somos impac-
to: meteoritos: su caída: su impronta sobre
el suelo: tal vez la vida es eso: una cicatriz:

Un camino de flashazos, causas, efectos: un coctel de imágenes, frases, recuerdos, asociaciones revueltas: no lineales: brincos: puntos de apoyo: relaciones en cuya disparidad es posible hallar un sentido. Estos diez poemas intermedios guardan la misma estructura: comienzan con “Vida” y se desbordan a partir del uso de los dos puntos. En ese sentido, lo que me despierta particular interés, más allá de los componentes individuales, es que la vinculación a partir de los dos puntos le otorga a cada poema una naturaleza ambivalente que permite encontrar un orden en el caos, sin que eso signifique negar dicho caos.


De acuerdo con el Diccionario panhispánico de dudas, entre los usos lingüísticos de los dos puntos (el 1.8, para ser preciso) está el de “conectar oraciones relacionadas entre sí sin necesidad de emplear otro nexo”. Es decir, la vinculación entre oraciones o elementos lingüísticos queda establecida como causa-efecto o como conclusión, consecuencia, resumen o explicación del elemento anterior. En este caso, el uso que Díaz Castelo da a los dos puntos abarca la totalidad de esas posibilidades, pues, de forma general, cada poema puede ser entendido como mera definición de lo que es la vida —como diccionario, literalmente—, y también como una sucesión de causas y efectos, de consecuencias, conclusiones o explicaciones de un fenómeno que, dada su no linealidad, está hecho de relaciones misteriosas y volátiles. Se trata, pues, de una unión de vínculos semánticos heterogéneos que ejemplifican la esencia del poemario: el descubrimiento de una lógica en lo no lineal.



Vida: qué es: desambiguación:
muerte: ver: el paciente no tiene
signos vitales: el paciente midria-
sis: el paciente: colocar un es-
pejo frente a la boca: a ojos vis-
tas: espejo: espéculo: qué es la
vida: dos cosas: vapor y reflejo:

¿Qué pasaría si en lugar de dos puntos hubiera comas? “Vida, qué es, desambiguación, muerte, ver, el paciente no tiene signos vitales […]”. El efecto no es el mismo: la coma genera una sensación de deslizamiento superficial, de acomodo o seriación sobre un mismo plano. Por el contrario, los dos puntos establecen jerarquías o niveles y transmiten una sensación de profundidad, de inmersión. Grande: mediano: pequeño; visualmente esto sería algo así como una caja grande que contiene una mediana, en cuyo interior hay una más pequeña —una caja china o una matrioshka—. Grande, mediano, pequeño; esto es un rango de tamaños, una serie de tallas. En el primer caso la relación es de contención; en el segundo, de sucesión.


Desde una perspectiva tal vez un poco más ingenieril (o simplemente esquemática), cada poema representa la no linealidad como una especie de algoritmo de caja negra: si se introduce la vida —el elemento inicial, la entrada fundamental—, dicho elemento comienza a rebotar de forma imprecisa, imparable y por momentos indistinguible para los ojos del espectador —como una pelota de pinball—. Iniciamos en “Vida” y de pronto caemos en “signos vitales”; entonces avanzamos y terminamos en “vapor y reflejo”. Como resultado, cada poema es algo más que la suma de sus partes, pues sus partes, en cuanto sumandos de un sistema no lineal, son elementos vivos entre cuyas conexiones hay una causalidad única.


Haría falta, sin duda, emprender un análisis específico de las relaciones que Elisa Díaz Castelo descubre en cada uno de estos poemas. Sin embargo, el espacio no alcanza. Por ello oriento la reflexión hacia otra característica clave en la representación de la no linealidad en este poemario: los dos puntos al final. La utilidad más básica de este signo ortográfico es que sirve para concentrar la atención del lector sobre el texto que sigue: ¿qué sucede cuando lo que sigue es silencio? Cada uno de estos poemas es, asimismo, una representación de la vida como manifestación de relaciones accidentales (utilizo un ejemplo a medias) : “Vida: qué es: ver: volver: el vaso y su caída: el / esguince que nunca sana: la gravedad de las / fracturas […]: somos polvo / de estrellas: largo etcétera: chimuelos y estria- / dos: canosos y candescentes: obsolescentes:”. Lo que sigue, lo que cuelga de esos dos puntos, es el silencio, porque lo que resta es la muerte. Tras el rebote impreciso —ese “largo etcétera”—, como el de una pelota de goma botando sobre un camino de piedras, queda prestar atención a las formas silenciosas de la muerte.


El reino de lo no lineal obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020. El jurado resaltó, entre otros aspectos, que se trata de un libro “original, unitario, coherente […]”. Más que en la originalidad, pienso en lo unitario y en lo coherente. El poemario está construido con tres materiales poéticos distintos que le otorgan un tono íntimo, humorístico y ligero; pero más que eso, uno de esos materiales —estos “poemas no lineales”— constituye la espiga que vincula título, tema y tono, y además es símbolo. La reunión plástica de significados, “la sintaxis inútil del desorden”, permite poner “el agua a contraluz” y generar una suerte de modelo o “teoría de los principios simples” (todas son citas de otro de estos poemas), cuya interacción termina por ser paradójicamente compleja.


En resumen, el atractivo de leer El reino de lo no lineal reside en el encuentro con lo inesperado y lo que aparenta ser ilógico. Es un viaje emprendido desde la vuelta, irónico, contradictorio, suave y placenteramente nebuloso. Una exploración de la causalidad, lejos de los rígidos principios de la mecánica clásica.


Otro de los usos de los dos puntos —uno no lingüístico— es que se emplean para separar las horas de los minutos (17:13, por ejemplo). En muchos relojes digitales esos dos puntos parpadean una vez por segundo, tal y como lo hace el cursor en Word o en algunos procesadores de texto. Los dos puntos en los poemas de Elisa Díaz Castelo también tienen algo de marcadores de tiempo, de marcadores de expectación: Vida: reino de lo no lineal: caída de instantes: esperanza: sentidos ocultos: lo improbable que está por llegar.

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