Río interior de José Antonio Banda / Adriana Dorantes

Vuelvo a este libro de vez en cuando porque desde la primera vez me resultó impresionante y hermoso, y a cada lectura aparecen nuevos descubrimientos. Se trata de un libro de poemas que denota una gran conciencia de estructura, con epígrafes muy bien elegidos y con gran cohesión y organicidad en su conjunto. Un libro que abre puertas y opta por no cerrarlas definitivamente sino que propone resonancias y ecos para que el lector continúe navegando en todos los vericuetos que proponen los poemas.

Río interior está dividido en tres partes o momentos. A pesar de esta división hay temas e inquietudes concretas, algunas se acentúan más que otras, pero a lo largo del libro notamos una gran consistencia que desemboca en un libro que tiene muy claro lo que pretende comunicar.

Si me aventurara a decir cuál es el hilo conductor del libro diría que es la memoria. El primer apartado ya nos anuncia el tema y marca la pauta para lo que vendrá: algunos poemas que rescatan la figura del padre y de la casa paterna, versos que aparecen como postales de la memoria, como iluminaciones sobre un pasado que nos define y nos delimita pero que también nos redescubre en el presente.  

En el mismo flujo de la memoria el autor regresa a estampas de otros episodios del pasado, ya no ligados a la genealogía sino concretamente a sí mismo. En esta parte me llama la atención uno de los epígrafes extraído del Eclesiastés que ayuda a guiarnos precisamente sobre el asunto de la memoria y a saber desde dónde el autor está escribiendo sobre ella. “No hay memoria de lo que sucedió antes”, epígrafe que va a conectar con una de las inquietudes recurrentes en el libro, que aparece, por ejemplo, en el poema “Primavera en Atocha” donde José Antonio indaga y se pregunta si el recuerdo es o no la realidad a la vez que perfila la afirmación de que el hecho de recordar es también una manera de crear. Esto me hace recordar a Salvador Elizondo escribiendo Elsinore, pues sueña que escribe cierto relato: el relato es parte de su memoria, pero parece que al rememorar lo está creando desde cero o al menos lo está reconstruyendo. También pienso en Heráclito, cuando decía que no nos podemos bañar dos veces en el mismo río, y no nos podemos hallar iguales en los recuerdos, porque el recuerdo es el río como tal y nunca el agua es la misma, así como nosotros tampoco somos los mismos.

Pero bueno, ¿qué es en realidad ese Río interior que le da título al libro? En su Diccionario de símbolos, Cirlot apunta que el río es un símbolo que corresponde a la fuerza creadora de la naturaleza y del tiempo. Por un lado representa la fertilidad y el riego de la tierra, y por otro el transcurso irreversible, consecuentemente el abandono y el olvido. Para José Antonio, como ya lo mencioné, el río está íntimamente relacionado con la memoria, pero la forma de hablar de ella tiene su propias bifurcaciones e implicaciones. En otro momento del libro, el autor toca el tema del viaje, y en mi manera de apreciar, el viaje es un sinónimo de recuerdo, pues para el autor se viaja hacia la memoria para redescubrir, para recrear o para crear. Ese recuerdo es el río en sí, y por eso está en todo el libro. Pero haría falta ir más allá porque éste es un río interior. ¿Qué implica esto? El río interior es un viaje también interior, no estamos viajando con José Antonio por lugares físicos, sino que viajamos hacia lo interior, hacia la memoria, hacia uno mismo, en un viaje vertical, no horizontal. 

Y en el camino el mismo autor se transforma. Pienso ahora en el poema “Sólo el árbol canta”, que da la sensación de que el que escribe esos versos es otro distinto al que rememora los sucesos; es como si el tiempo nos alejara y nos convirtiera en otros, como si al recordar los hechos existiera la duda, y con ello la posibilidad de crear y de cambiar lo pasado. Rescato unos versos de “Espejo castellano” que da cuenta de esto también: 

Pero tú no eres aquel hombre, recuérdalo bien; 

aunque sus rasgos se parezcan a los tuyos 

en el frágil descenso de la sombra por el río  

que a la distancia no podrás reconocer.  

Tú no eres aquel hombre, recuérdalo,  

Aunque así lo reconozcan los cuadros 

Que a veces cuelgan de tus muros. 

La segunda parte del libro continúa con referencias a la memoria, el tiempo, el río, pero ahora le da una pequeña vuelta de tuerca. Este apartado recurre a la idea del presente perpetuo de Octavio Paz, sobre todo en el poema “Río a la deriva”. Esta concepción revela las filiaciones de José Antonio con esta parte de la poética de Paz, incluso hay algo del tono de Piedra de sol en versos hermosos como “hoy es siempre, nada alcanza la ruptura del tiempo, y no conozco una imagen que devuelva al mundo su esplendor”. El río en esta segunda parte es el presente perpetuo.  

Por otro lado, hay un guiño sutil con el Arte poética de Borges, de ese río que está hecho de tiempo. De manera velada José Antonio hace su propia arte poética y la asienta con fuerza en la segunda parte. Igual que en Borges, el río interminable de José Antonio es el cristal de uno mismo, y con esta afirmación vuelve la sentencia: el río como viaje, el río como recuerdo, como memoria, como la inmersión hacia uno mismo.  

Este apartado cierra con versos reveladores y devastadores. Si antes ya afirmó que la memoria no es algo fijo sino cambiante, no es algo inamovible, sino un lugar de creación, ahora el poeta se pregunta si la memoria podrá ser totalmente un sustituto para la vida porque es en la memoria donde está, al parecer, la vida verdadera, y parece que el poeta quisiera volver a ella, a ese espacio interior y personal en donde lo vivido se puede transformar y recobrar a capricho.

Recuerdo ahora la vanguardia en Latinoamérica que pugnaba por la renovación en la mirada, pienso en esto cuando leo el poema que da título al libro: “Río interior” y que abre la tercera parte. Aquí existe una declaración de principios: el poeta elige desde dónde escribir, desde dónde poetizar, igual que la vanguardia declaró escribir desde la nueva sensibilidad con los nuevos ojos para mirar, José Antonio escribe: “elijo la mirada que anuncia el mundo verdadero”. Aquí, el autor, igual que poeta del creacionismo, hace una declaración de principios en el cual la palabra, el poema, es lo que delimita el mundo verdadero y él va a decidir con su creación dónde está el mundo.  

A manera de cierre rescato la constante del flujo de la memoria como nuestro consuelo, ahí en el mundo interior que traza el río, la memoria es la reina. En estos últimos poemas, todos en prosa, el tiempo regresa como una isla inabarcable, el hoy sigue siendo sinónimo de “siempre”, una declaración que trasgrede las reglas de la vida.

Un último detalle llama mi atención, la factura clásica y el tema que es uno de los más universales, pero con la maestría de la nueva mirada. La presencia del río es indudable a lo largo de la tradición poética. José Antonio está recuperando muchos tópicos fundamentales de la tradición poética. El río ha sido tema constante. Pienso en concreto en los románticos: Shelley, Wordsworth, Coleridge, Hölderlin. Celebro que hoy exista un libro tan rico en temas y en formas; y celebro que esté albergado en una casa tan hermosa como Atrasalante que también se caracteriza por la estética y la delicadeza de las acuarelas para sus portadas.

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