Blonde de Joyce Carol Oates / Javier Moro Hernández




La vida de Marylin Monroe es en sí misma una novela, pero contada a través de la excelente pluma de la escritora norteamericana Joyce Carol Oates, esta historia trasciende el mito y se transforma en una verdadera obra de arte.

Marylin es un ícono, es un mito, es una de las grandes estrellas de esa fábrica de mentiras que es Hollywood. Sin embargo, es algo más que eso. Oates lo sabe. Y hurga en las profundidades del mito, para desnudarlo y para presentarnos el alma de una estrella que en realidad era una mujer frágil, una artista profunda, una enorme actriz que no fue comprendida en su momento. Una mujer que ansiaba ser escuchada, amada, como ansiamos todos los seres humanos. Una mujer solitaria, insegura, que escribía y leía poesía, filosofía, y que repetía una y otra vez sus escenas, en un ansia por alcanzar la perfección en su interpretación. Marylin Monroe es un mito, porque es una profundidad inalcanzable. Una estrella que se quemó antes de tiempo. Una actriz profunda que el mundo no supo interpretar. Un mito que sus seguidores, que sus fanáticos, que los productores y los miembros de Hollywood quemaron antes de tiempo.

¿Cuál es el papel que juegan los mitos en nuestra vida? ¿Por qué el ser humano contemporáneo necesita, se aferra a seguir, a conocer todo sobre sus ídolos? Las masas han terminado por quemar a estos seres humanos a los cuales se idolatra con loca pasión. Los termina convirtiendo en imágenes, en sueños inalcanzables. Y pobres de ellos si se atreven a contravenir los deseos de las masas. Los seguidores son todo. Pero también pueden llegar a ser los verdugos. Estos ídolos son el sino de nuestra era. Una era marcada por el poder de las grandes corporaciones, a las cuales estos actores, músicos, les deben su existencia. Pero al mismo tiempo, estas grandes corporaciones son una enorme industria que necesita crear ídolos todo el tiempo. Actores, actrices, cantantes, son reemplazables, son imágenes que se sustituyen y desaparecen periódicamente.

Solo algunos trascenderán realmente el tiempo. Una de ellas fue Marylin Monroe, cuyo verdadero nombre era en realidad Norma Jean Baker nacida en 1926 en Los Ángeles, California. Fue hija de Gladys Peral Baker, quien había tenido dos hijos de su primer matrimonio, quienes fueron secuestrados por su padre y llevados a Kentucky. Marylin (o Norma Jean), no se enteró de la existencia de sus hermanos hasta que contaba con doce años. Su madre trabajaba en una de las grandes productoras cinematográficas como montadora de cintas y era una profunda admiradora del cine. Afición que transmitió a su pequeña hija, con la que no vivió durante sus primeros años, ya que el trabajo y la inestabilidad emocional de la madre, la imposibilitaba para cuidar de su hija, quien se quedaba con su abuela, quien vivía en Venice Beach, un poco alejada del glamur de Hollywood, que tanto le atraía a su madre.

Sin embargo, tras el fallecimiento de su abuela, Norma se va a vivir con Gladys a pequeños departamentos en el centro de Los Ángeles, cercanos a su trabajo. La infancia de Norma Jean no fue sencilla, ni siquiera cuando vivía con su tormentosa madre, quién terminaría su vida en hospitales psiquiátricos, diagnosticada con esquizofrenia paranoide. A partir de la internación de su madre, Norma Jean vivirá varios años en el Orfanato de Los Ángeles.

La vida de los mitos está muchas veces envuelta en misterio. Y eso lo sabe bien Oates que no intenta hacer una biografía de Marylin en Blonde. Es una novela que toma la vida, los hechos, y los convierte en ficción. Y en ese sentido, la vida de Marylin se transforma en otra cosa. Una vida envuelta en sueños, en mentiras. Una vida tomada por la locura y la inestabilidad. Una vida de velos que nos sugieren cosas, que nos sugieren dramas, dolores, sufrimiento, que no se dejan ver a simple vista. La novela de Oates es como el teatro de sombras, y podemos entrever el dolor, la soledad, el maltrato. Pero lo vemos como parte de una gran obra, que al final nos es contada con la maravillosa sonrisa de una gran actriz, de una hermosa actriz que actúa y que juega con nosotros.

Monroe se casaría a los 16 años con un chico unos años mayor que ella, que se embarcaría al poco tiempo en la Marina Mercante de los Estados Unidos. Estamos en plena Segunda Guerra Mundial. Ella abandonaría la casa de sus suegros y entraría a trabajar a una fábrica, en donde sería “descubierta” por un fotógrafo e iniciaría su carrera como modelo pin-up y como actriz.

Marylin Monroe fue una creación de los estudios de Hollywood, desde su imagen, su cabello, su lunar. A partir de la novela de Oates podemos ver la formación de una imagen: El sex symbol, la bomba sexual. La rubia tonta y sensual. Una imagen que se comería a la mujer que la personificaba. Norma Jean intentó durante años mantener su distancia con el personaje. Norma Jean no era Marylin. Lo intentó, pero al final no lo logró. Todo el mundo al verla veía a la actriz de Los Caballeros la prefieren rubias, o de Niágara o de La Comezón del séptimo año. Porque el ídolo se convierte en una personificación de nuestros deseos, nuestros sueños. Necesitamos del ídolo para materializar algo de lo que carecemos. El ídolo materializa una ausencia.

Pero atrás del personaje vivía una mujer de carne y hueso, con anhelos, con necesidades, con carencias. Pero nadie estaba dispuesto a ver a esa mujer, a conocer a esa mujer. Norma Jean se casaría dos veces más cuando ya era Marylin Monroe. La primera con la estrella retirada del beisbol Joe Dimaggio, con quien solo duró casada unos cuantos meses. Violencia, celos, incapacidad para entender la carrera en ascenso de su esposa, llevaron al divorcio.

El tercer matrimonio de la actriz fue con el dramaturgo Arthur Miller. Un hombre mayor que ella, con quién la actriz mantuvo una relación más tranquila. Sin embargo, tras un aborto accidental, Monroe entró en una profunda depresión, de la cual ya no fue capaz de salir. El abuso de sustancias se hizo cada vez más patente y peligroso. Sin embargo, Monroe fue capaz de actuar en la que se dice que fue su mejor película, The Misfits (Los inadaptados en español), dirigida por John Houston con un guion de su esposo Arthur Miller.

Esta película cerraría la última etapa de su carrera, en donde se había peleado con los estudios Fox, que estaba empecinados en mantenerla en el rol de la “rubia tonta” y no la dejaban tomar papeles dramáticos. Esto terminó por cansarla. Viajó a Nueva York para alejarse del mundillo de Hollywood. En la ciudad del Este mantuvo relaciones de amistad con Marlon Brando, Truman Capote y con el director Lee Strasberg. También fundó su propia compañía productora “Marylin Monroe Production” (MMP). Hecho que sirvió para presionar a los grandes estudios de Hollywood y cambiar sus formas de contratación. Marylin, por ejemplo, a pesar de que para la época era ya una de las actrices más famosas del mundo, seguía recibiendo un sueldo de principiante y no podía elegir los proyectos que quería filmar.

Sin embargo, tras la filmación de The Misfits, la vida de Norma Jean cayó en la soledad. El personaje de Marylin era todo lo que le quedaba. Se divorció de Miller y empezó una caída a velocidades sorprendentes. Sola, sin verdaderos amigos, conoció a John F. Kennedy, que no queda muy bien parado en la novela de Oates. Mujeriego y narcisista, Kennedy trató a Marylin como un trofeo más en su personal carrera por el placer.

Blonde es una novela poderosa, impresionante, que toma diferentes ángulos para contarnos la vida de Monroe. Entramos en su intimidad mental, entendemos sus deseos por ser aceptada como una artista, una actriz, su necesidad de ser querida.

Lo que vemos es en realidad el sufrimiento de la artista. Una artista que es humillada, vilipendiada por los productores, por los ejecutivos, por los actores, por la prensa, pero que es amada por el público. Un público, una masa que, sin embargo, es carroñera, incisiva, cruel que quiere y cree saberlo todo sobre ella. Un público que cree tener derechos sobre ella. Ella les pertenece a ellos que la aman, que la idolatran. Un público que al final de cuentas con su amor también la empujan al silencio, a la soledad.

La vida de Norma Jean – Marylin Monroe es una vida trágica. La vida de los grandes mitos que se queman. Que lo dan todo en aras del arte, de su arte. Pero que son mal entendidos. Abusados por el medio en el que se desenvuelven. Blonde nos deja entrar a esa intimidad, a esa soledad, a ese silencio en el que se desarrolla el misterio, en el que se desarrolla el arte. Y lo que podemos ver es el dolor, el sufrimiento, el deseo por ser entendido, comprendido.

Sin duda, Blonde nos empuja a conocer más de la vida y de la obra de Monroe. Verla con nuevos ojos. Entenderla en su justa dimensión. Desde mi punto de vista, Joyce Carol Oates nos da en esta novela una muestra del poder del arte, de la soledad del artista, de la incomprensión del artista. Oates, nacida en 1938, nos regala en Blonde una obra magna sobre los Estados Unidos, sobre la industria del cine, sobre el amor incondicional a nuestros ídolos. Un amor antropófago, un amor cruel.

Oates es una de las máximas novelistas de los Estados Unidos, y con esta novela publicada en el 2000 nos viene a refrendar el poder de una obra vasta, que incluye la poesía, la narrativa, la dramaturgia. Una obra deslumbrante que con Oates crea una novela total.




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