“El otoño en Pekín” de Boris Vian / Cecilia Santiago

Dice en alguna parte del segundo movimiento: “…basta para imaginar que se puede babear toda la vida, ensoñación de las más disparatadas, porque nadie tiene bastante baba para babear la vida entera”.

Cuando llevaba una hora de lectura, comencé a tararear una bonita canción tradicional que a veces se enseña a las infancias en el preescolar y dice más o menos así: “Vamos a contar mentiras tralala, vamos a contar mentiras… por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralala…” y así sigue. A ver si logro explicar el texto como detonador del recuerdo musical…

La historia empieza una mañana en que Amadís Dudu pierde el autobús 975 que toma para ir a la oficina administrativa en la que labora. Desde ese momento, los acontecimientos de la ruta serán uno tras otro una especie de trama confusa, ridícula y divertida (todo dependerá del ánimo y curiosidad de quien lea la novela). Vendrá Claude Léon que, siguiendo la instrucción de su jefe, deberá encontrarse con “alguien” que le dará un igualizador (un arma). Dicha compra me llevó a pensar en muchos técnicos que trabajan en el metro, en la recolección de residuos o el sistema de aguas, que compran con su dinero las cuchufletas para arreglar las cosas y evitar que muchas personas en la ciudad nos quedemos sin servicios. Lo cual parece altruismo, porque ese dinero no será reembolsado, ya que es imposible de facturar… por si esto fuera poco, Claude se verá envuelto en uno de esos episodios que cambian la vida de tajo. 

También arrojados por una casualidad, dos ingenieros, Ana y Ángel, ambos enamorados de Rochelle, que solo ama a uno, entrarán al relato. Ese trío va configurando a través del amor, la obsesión y el sexo cómo una mujer se estropea, “los besos y las caricias desgastan, los pechos se hacen flácidos y la piel es menos tersa y la vida se convierte en acto reflejo”. Aclaro que no abundan los personajes femeninos en la novela y los que existen, están ahí meramente para ser vistos, ya que carecen de profundidad psicológica.

Continúa la sinfonía absurda, irreverente, sarcástica y soez. Los personajes se aglomeran en Exopotamia, lugar al que unos llegan y en el que viven otros. El desierto será el escenario en el que Boris Vian los moverá, caricaturizando los acontecimientos de su época, mostrando el desarrollo (equiparado con la construcción de infraestructura), las inversiones, la toma de decisiones jerarquizadas, la codicia, el sexo, la religión, el castigo, entre otros, a través de una lente que espeta en sus páginas, una vida frívola y decadente.

El profesor Mascamangas, Cornelius Onte su discípulo; Atanágoras Pórfirogeneta el arqueólogo y Martin Lardier su factótum; Didiche y Oliva; el abad Petitjean; Dupont el cocinero y los demás, estarán rodeados de pájaros que ronronean, allí en donde a veces el sol duda en volver a salir y donde si se deja plantado y aturdido a alguien, los pies comienzan a echar raíces, ya que, bajo la capa superficial de arena, todo prende rápido. En Exopotamia, los personajes pueden ser hijos de artesanos laboriosos, asesinados para descansar en paz; donde con frecuencia un hallazgo es fruto del azar, donde se puede tener conciencia de la propia conciencia o donde uno se puede al volver, perder.

Si bien, la composición es surrealista, fantástica y cruel a ratos, es posible observar con ojos críticos el racismo, el sexismo, la opresión, la explotación y muchos estereotipos sociales que todavía existen en el mundo. Un mundo en el que imbéciles se juntan con imbéciles, reciben órdenes de imbéciles y se aman entre imbéciles; pero no se trata solo de una conjunción de personas extravagantes actuando y teniendo expresiones retorcidas o razonamientos curiosos, sino de la forma despreocupada y burlona en que el escritor presenta la contradicción entre lo que decimos que es civilización, pero en el fondo es barbarie. 

Boris Vian con muchos otros heterónimos, fue un músico de jazz, dramaturgo, traductor, ingeniero y novelista francés de la posguerra. Compartió discusiones y divergencias, fiestas, algo de desenfreno e inteligencia con muchos intelectuales de la época, como Albert Camus y Jean Paul Sartre. Fue considerado por muchos de sus contemporáneos como un escritor superficial sin conciencia política y social que buscaba divertirse y alterar el statu quo, la moral y las buenas conciencias. Yo pienso que era subversivo. Murió a los 39 años mirando el estreno musicalizado de una película basada en alguna de sus novelas. 

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