Tres cruces de Alejandro Paniagua / Adriana Dorantes

“Ella misma es la piedra que no se va a detener porque ha sido impulsada por sus circunstancias.”


Tres cruces no es una novela del narcotráfico, o tal vez sí lo es. Es una novela que inteligentemente se sitúa en un lugar que puede ser cualquier lugar de México, uno de tantos que ha sido atravesado por las guerras entre cárteles y donde los habitantes son los que tienen que sobrellevar las consecuencias de existir ahí. No es una novela con el capo como protagonista, al autor no le interesa mostrarnos cómo se planean los ajustes de cuentas, ni las injurias ni los enredos de los dueños de las drogas; en cambio es una novela que quiere mostrar las vidas de personas comunes que, empujadas por sus circunstancias, se ven forzados a participar en una dinámica que los supera y los lleva al límite.

Las tres cruces son los tres personajes principales de la novela, pero esto no es tan simple como parece; en el título hay un juego con el lenguaje, de modo que alude a dos significados: “cruces” como el plural de “cruz”, una figura, una insignia, un punto de apoyo o un símbolo quizá, y al mismo tiempo como el “crucero”, lo que desemboca en una forma de dejar en claro que las vidas de sus personajes no sólo son pilares en la narración sino que implican una convergencia entre ellos de una o de otra manera.

Así pues, la primera de estas cruces es Estela, abuela de Lúa, una mujer que asiste regularmente a reuniones de alcohólicos anónimos; la segunda cruz sería Lúa, la nieta, abandonada por sus padres y a cargo de su abuela. La tercera cruz es El ponzoña, sicario que aparece por órdenes de su patrón para rentar el terreno de Estela y colocar ahí un cementerio clandestino que dé sepultura a los asesinos de su cártel.

La concatenación de los hechos, narrados a través de viñetas breves y escenas concretas, se van alineando muy lentamente hasta conformar el cuerpo central de la novela. Poco a poco los detalles y las revelaciones van tomando forma. Los recursos narrativos son cruciales para que el rompecabezas vaya cayendo paulatinamente hasta cerrar con fuerza la novela, por ejemplo, el uso de dos voces: un narrador omnisciente que cuenta las andanzas de El ponzoña y de Estela, y una voz bastante peculiar y muy poco usada en la literatura, esa segunda persona que se dirige a Lúa no sólo con el fin de contar sino de servir como recordatorio de sus acciones.

Así, lentamente el lector va descubriendo los vericuetos de sus vidas, los detalles oscuros de cada uno de ellos, como que Estela es también una asesina, que el Ponzoña, con su pinta de matón duro y sanguinario, sufre en silencio por la infidelidad de su esposa y no es capaz de confrontarla. Y además, se va sumergiendo en un mundo sórdido y terrible de violencia, traición, secretos y muertes.

Como señalé desde el inicio, los personajes actuaban de tal o cual forma debido al arrastre de sus circunstancias, en este caso el telón de fondo pero todavía presente que supone una sociedad en la que rige el narcotráfico, y esta presencia fantasmal es lo suficientemente importante como para definir sus caminos de vida. De esta forma, ya vemos que no es necesario que Alejandro Paniagua tome como protagonista a un gran capo con sus pistolas y sus crueldades, basta simplemente voltear a ver a las personas comunes y retratar un fragmento de sus vidas traspasadas por una fuerza que es más grande que ellas mismas.

Para cerrar, quiero mencionar una escena importante de una de las novelas más importantes dentro de la llamada “literatura de la revolución”: Los de abajo, de Mariano Azuela para dar un ejemplo de cómo si el país de Tres cruces está atravesado por el narco y sus personajes son víctimas de los resquebrajamientos que éste provoca, el mismo país, pero el de Los de abajo, está atravesado por una lucha revolucionaria constante que se mantiene por inercia. Así, en Los de abajo, hacia el final de la novela Demetrio, dice una frase que define y condensa la lucha revolucionaria que va más allá de los seres humanos o de las decisiones de éstos: Demetrio regresa a visitar a su mujer, al principio ella cree que ya se quedará con ella, pero pronto se da cuenta de que en realidad va a regresar a luchar; con tristeza ella le pregunta cuál es el sentido de eso, por qué sigue luchando. Y Demetrio en ese momento arroja una piedra al fondo del desfiladero y pronuncia una frase que define y condensa la lucha revolucionaria que trasciende ya a la razón y que responde más bien a la inercia: Mira esa piedra cómo ya no se para.

De una manera similar se forja el destino de Lúa. Ella es una piedra que ha sido empujada por las circunstancias. Ha sido una niña cuyo espacio para jugar es un cementerio, cuyos juguetes son pedazos de cadáveres o cadáveres enteros. Además, la historia de su madre y su abuela se ciernen sobre ella como el destino fatídico del héroe: Lúa es una niña y ya ha aprendido a asesinar. Ella misma es la piedra que no se va a detener porque ha sido impulsada por sus circunstancias.

En Tres cruces, es muy importante señalar que para el autor no es importante acomodar a los personajes en buenos y malos, sino demostrar los contrastes y la inmensa gama de grises que nos conforma como seres humanos, y también que la gente en esta novela hace lo que tiene que hacer para mantenerse a flote.

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