Nuestra piel muerta de Natalia García Freyre / Adriana Dorantes

¿Qué sabemos de nosotros de cierto sino que seremos, algún día, parte de la tierra sobre la que habitamos? Ese mundo ínfimo, poblado por los insectos, nos aguarda y, a veces, en vida, nos recuerda sutilmente que ese es nuestro verdadero reino.

Natalia García Freyre escribe en Nuestra piel muerta un mundo de misterios y abismos mentales, donde las revelaciones son acaso atisbos de la oscuridad de sus personajes, del dolor por los despojos, de la locura y la conciencia de la finitud y la imposibilidad.

La novela está narrada por Lucas, el hijo de una familia despojada. Su narrativa nos lleva a un vaivén de acontecimientos y nos introduce a su propio universo y al constante enojo hacia su padre. Este niño es despojado de su herencia y de su casa, es vendido a un par de extraños que poco a poco se apropian de todo lo que pertenecía a su familia. Lucas, cuyo único consuelo son los insectos que abundan en el campo, narra la locura de su madre, la pasividad de sus nodrizas y la traición de su padre. Lucas, como un juez y al mismo tiempo una víctima nos adentra a una historia dolorosa de pudrición paulatina.

Es una novela que puede leerse como metáfora de la colonización y la expulsión de la gente de sus propias tierras. Un par de hombres misteriosos de una manera extrañamente sutil convencen al padre de familia de todo lo que ellos desean. Así, el despojo, la interrogante y el misterio son temas latentes en la novela; además de elementos perturbadores que conforman el esqueleto de la historia de Lucas, su familia y los hombres que han llegado a apropiarse de lo que no les pertenece: juegos de sombras, insectos que toman vida, extraños sonidos provenientes de animales, rarezas acumuladas. Nuestra piel muerta explora en el paraíso oscuro, si es que puede existir tal cosa; cuestiona a manos llenas las creencias, lo real, lo que debe ser alabado o despreciado. Lucas tiene, además, prohibido el regreso: al volver no lo espera el padre con los brazos abiertos, sino un halo de peligro junto con la certeza de que ha perdido para siempre lo que alguna vez creyó suyo. El regreso, más terrible que la expulsión, le reitera que su familia ha desaparecido y que lo que habita en la casa que alguna vez fue suya no es más que fragmentos de muerte.

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