Un verdor terrible de Benjamín Labatut / Daniel Salinas Basave
También la luz de la ciencia produce monstruos y los hombres de números y ecuaciones acaban mirando a los ojos de los demonios.
Por Daniel Salinas Basave
@DanielBasave
También la luz de la ciencia produce monstruos y los hombres de números y ecuaciones acaban mirando a los ojos de los demonios. Uno piensa que en el mundo de las ciencias exactas no habría lugar para la locura, que la epifanía y el delirio místico son propios de poetas malditos, pero hoy me ha quedado claro que un químico o un matemático pueden naufragar en abismos y acabar viviendo temporadas en el infierno que ni siquiera un Rimbaud o un Nerval habrían imaginado. Creo que Un verdor terrible de Benjamín Labatut es uno de mis candidatos a libro del año.
¿Ensayo sobre científicos locos o vidas imaginarias a lo Schwob? No lo sé. En cualquier caso, este libro me ha acercado a las existencias y pasiones de personajes que me eran lejanos. Vaya, creo que he leído demasiadas biografías de artistas o de caudillos, pero nadie me había mostrado de esta forma el tortuoso camino de los hombres de ciencia y lo intrincado de sus laberintos mentales. Por Las partículas elementales de Houellebecq y por Breaking Bad sabía de Werner Heisenberg, pero acaso nunca había dimensionado el nivel de su genialidad y su locura, ni lo encarnizado de su rivalidad con Schrödinger y su bipolar relación con su padrino Niels Bohr. Mucho menos sabía de Fritz Haber, el judío germano creador del cianuro de hidrógeno y por ende de la guerra química y del Zyklon que acabó matando a sus familiares en los campos de concentración. O qué decir de su esposa, Clara Helene Immerwahr, la primera mujer en obtener un doctorado en química, quien acabó pegándose un tiro en el corazón.
Particularmente fascinante y desgarradora la vida del matemático Alexander Grothendieck, que acabó inmerso en una suerte de misticismo pordiosero, o Karl Schwarzschild, el primero que dimensionó la densidad de los hoyos negros y que le escribió una profética carta a Einstein con soluciones a la teoría de la relatividad, pocos días antes de morir de una enfermedad autoinmune en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. El Azul de Prusia que brillaría en la Noche estrellada de Van Gogh, en La gran ola de Kanagawa o en los uniformes del ejército del káiser, descubierto cuando la química aún tenía rostro de alquimia. La enigmática oscuridad de la mecánica cuántica, el corazón del corazón en un agujero negro, las abstracciones demoniacas de las matemáticas y la sombra de un dios espectral acechando desde el gran útero cósmico. La ciencia, la más peligrosa y fascinante de todas las artes humanas.
es muy buen articulo