El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas de Haruki Murakami / Cecilia Santiago

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas […] discurre por los trazos comunes de sus historias…


Ha pasado ya un tiempo desde que le di una, dos, tres y más oportunidades a los libros de Haruki Murakami, por lo que creo estar familiarizada con su manera de escribir, y con algunas de sus recursividades, y puedo decir con confianza, que, a partir de mi experiencia con su obra, resulta fácil odiar o amar sus absurdas genialidades literarias. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, no es la excepción, pues discurre por los trazos comunes de sus historias: un poco fantasmales, otro tanto ambiguas, algo fantásticas, ligeramente cósmicas y más o menos complicadas.

Escrito originalmente en la lengua materna de Murakami, el libro no fue traducido al español hasta el 2009, 24 años después de su primera edición en 1985, sin que entre sus líneas pudiera percibir su paso entre épocas. Una preocupación recurrente sobre la existencia y el cuestionamiento del Ser mueven constantemente a los personajes de este relato -quién soy, hacia dónde voy, qué hago aquí, qué se espera de mí-, todas interrogantes comunes para aquellos que andamos buscándonos; personalmente, este libro me pareció una invitación hacia lo cíclico, hacia el retorno permanente del ser en el bucle constante de la memoria del otro en el otro, como un guiño hacia lo infinito.

El autor plantea la dualidad del ser de dos personajes, que cuestionan el yo en un mundo que solo existe en un plano ínfimo de la conciencia mental y dudan de la determinación de una conciencia consiente que se manifiesta a través de autolimitar su expansión; mientras que simultáneamente la conciencia de su yo terrenal se piensa a sí misma como fin del ahora, como terminación del yo presente en el cuerpo físico. Ambos planteamientos se entretejen al paso de los capítulos.

Así transcurre la vida del protagonista en El Despiadado País de las Maravillas, donde tinieblos, semióticos y el sistema confabulan un suceso que desdoblará la existencia del sujeto hacia una aventura nada envidiable que configurará las últimas horas de su existencia material consiente. Estas últimas horas de conciencia estarán repletas de peligros y zozobra, sin embargo, también evocarán la necesidad de la luz, el contacto humano y los pequeños placeres de la vida cotidiana, contenidos en la comida, la bebida, la música y los libros.

De manera paralela, un hombre llega -o, para ser precisa- aparece de forma incomprensiva e inconsciente en El Fin del Mundo, una ciudad amurallada donde pastan criaturas apacibles de mantos dorados con olor a sol de tiempos pretéritos, en donde los habitantes parecen haber perdido dos cosas de gran valor y donde hay puertas por las que no se puede cruzar, una ciudad calabozo, donde para permanecer, estar y ser, se deberá escindir de la propia sombra, porque aunque en otro mundo “una persona no puede vivir sin su sombra y una sombra no puede vivir sin su persona”, El Fin del Mundo está lleno de posibilidades, “Aquí está todo, nada está aquí.”

En algún momento, el hombre de conciencia finita reniega de su inevitable destino increpando: “Yo no había provocado ninguna de las cosas que me habían ocurrido a lo largo de los últimos tres días. Ni una sola. Todo me había venido impuesto desde fuera, yo solo me había visto involucrado en ello.” Esto resonó en mi memoria con las innumerables veces que murmuré y grité a mis padres que yo no había pedido venir a este mundo, como si de alguna manera pudiese cargarlos de toda la responsabilidad, como si ambos hubiesen tenido el poder de elegirme a mí entre todos los otros espíritus que flotaban en el éter del universo. Reconocí mi existencia inevitable, tal como el fin consiente del personaje de este libro, y me supe absurda, injusta y hasta ridícula.

Se apaga la conciencia, se enciende la conciencia, siento brillantes las palabras de la poeta Wislawa Szymborska “Transcurre un segundo. Otro segundo. Un tercer segundo. Pero son sólo nuestros tres segundos. El tiempo ha volado cual mensajero con una noticia urgente. Pero sólo es un símil por nosotros elaborado.”

Cierro el libro y me preguntó, ¿al encuentro del fin o del principio de la conciencia reconoceremos una señal, una marca que nos indique el punto de partida o el punto de retorno del yo y del nosotros?

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4 Comments
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Norma
Norma
2 Años Antes

Solo 5 libros he leído y me quedo con una sensación un tanto delirante por seguir leyendo a Marakami; Cecilia Santiago con su excelente reseña me tienta a seguir haciéndolo.

Guadalupe
Guadalupe
2 Años Antes

Me invita a conocer las obras del autor. Excelente reseña.