El azar y la necesidad de Jacques Monod / Martin Petrozza
En pocas palabras, y después de analizar muchos de los procesos biológicos y químicos de los seres vivos, hasta la evolución de los homínidos y del hombre con lenguaje, Jacques pretende demostrar que, por una parte, aunque nos cueste aceptarlo, muchas de las reacciones químicas que desarrollaron la vida y el curso que tomó, son hijas del azar.
“Todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad”
Demócrito
¿Cómo sabes qué cosas están vivas y qué cosas no? Parece fácil determinar lo vivo y lo no vivo cuando pensamos en términos de animal, planta, hongo, bacteria, etc., pero… ¿Realmente es así de fácil? Jacques Monod, en su libro El azar y la necesidad (2016) nos enfrenta con esta pregunta y nos hace ver que la respuesta no es, definitivamente, tan sencilla.
Plantea la idea de que distinguir entre lo vivo y lo no vivo es más complejo de lo que parece, y si habría que definir las características esenciales de lo vivo, éstas serían la invarancia, que es la característica mediante la cual los seres vivos se reproducen en otros seres vivos iguales a ellos según su género, y no permiten que la progenie varíe demasiado en cuanto a su composición genética, formas, hábitos… Y la teleonomía, que establece que en la estructura de los seres vivos se realiza y persigue un proyecto.
En cuanto a lo último, aparece una contradicción epistemológica profunda. El problema central de la biología es esta misma contradicción ¿Es sólo aparente o radicalmente insoluble? ¿La vida se generó siguiendo un plan preconcebido, inteligente y necesario, o fue resultado del simple azar?
Se puede así definir, por una parte, un primer grupo de teorías que admiten un principio teleonómico que opera exclusivamente en el seno de la biosfera, de la “materia viviente”. Estas teorías, que el autor llama vitalistas, implican una distinción radical entre los seres vivos y el universo inanimado. Por otro lado, las concepciones que hacen referencia a un principio teleonómico universal, responsable de la evolución cósmica, así como de la biosfera, en cuyo seno se expresará solamente de modo más preciso e intenso. Estas teorías ven a los seres vivos como los productos más elaborados, más perfectos, de una evolución universalmente orientada que ha culminado, porque debía hacerlo, en el hombre y en la humanidad. A estas concepciones las llama animistas.
Jacques Monod presenta en este libro una tesis que explica que la biosfera no contiene una clase previsible de objetos o de fenómenos, sino que constituye un acontecimiento particular, compatible seguramente con los primeros principios, pero no deducible de estos principios. Por lo tanto es esencialmente imprevisible.
La biosfera es imprevisible, en opinión del autor, en el mismo grado que lo es la configuración particular de los átomos que constituyen una roca. Esto nos basta tratándose de una roca, explica Jacques, pero no si se trata de nosotros mismos. Nosotros nos queremos necesarios, inevitables, ordenados desde siempre. Todas las religiones, casi todas las filosofías, e incluso una parte de la ciencia, atestiguan el incansable y heroico esfuerzo de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia.
Es evidente que este análisis reduce a una disputa verbal sin interés la antigua polémica de los preformacionistas y de los epigenistas. La estructura acabada no estaba en ninguna parte, como tal, preformada. Pero el plan de la estructura estaba presente en sus mismos constituyentes. Puede, pues, realizarse de forma autónoma y espontánea, sin intervención exterior, esto es, sin inyección de nueva información. La información estaba presente aunque no expresada, en los constituyentes. La construcción epigenética de una estructura no es una creación, es una revelación.
Pero una vez inscrito en el ADN, el accidente singular, y como tal esencialmente imprevisible, va a ser mecánica y fielmente replicado y traducido, es decir, a la vez multiplicado y traspuesto a millones o a miles de millones de ejemplares. Salido del reino del azar, entra en el de la necesidad, el de las certidumbres más implacables. Pues la selección opera a escala microscópica, la del organismo.
En pocas palabras, y después de analizar muchos de los procesos biológicos y químicos de los seres vivos, hasta la evolución de los homínidos y del hombre con lenguaje, Jacques pretende demostrar que, por una parte, aunque nos cueste aceptarlo, muchas de las reacciones químicas que desarrollaron la vida y el curso que tomó, son hijas del azar. No hay un plan, no al menos en la toma de decisiones en estas interacciones de la biodiversidad, pero sí en su composición estructural, es decir, que al parecer hay necesidad, sea esta de sobrevivir como especie, y en ella radica el plan intrínseco de las partículas que forman a los seres vivos. Entre el azar y la necesidad nace la espontaneidad, que, sin plan preconcebido, actúa según su necesidad y según la mejor forma de satisfacer dicha necesidad.
Con esta concepción de la vida, salimos de pensar que hay un plan divino, por ejemplo, o que somos el fruto de un escrupuloso plan arquitectónico preconcebido, cuando, en realidad, y según esta hipótesis, somos, más bien, como el azar de haber echado en un frasco partículas determinadas que iban o no a interactuar entre sí, quién sabe cómo y respondiendo a quién sabe qué factores (en este caso el factor necesidad) que darían como resultado, o no, la vida y las especies.
Indudablemente, un libro que rompe con paradigmas y creencias, que coloca al lector frente a la fragilidad de su cosmovisión, y que le explica suavemente, paso a paso, que quizá, no somos hijos de Dios, o que, en todo caso, Dios es azar y necesidad.