Ni por favor ni por favora de María Martín / Alma Ramírez
¿Cómo hablar sin dejar fuera del discurso a la mitad de la población mundial? ¿Cómo expresarse de forma correcta, amena y comprensible sin discriminar a nadie? ¿Cómo usar el lenguaje para incluir y no para excluir?
Por Alma Ramírez
@Aprpl
Ah, el polémico y escabroso tema del lenguaje inclusivo. Que provoca escozor, filias y fobias entre personas e instituciones, algo que se agudiza en estos tiempos de pandemia, con tantas emociones a flor de piel. Ni por favor ni por favora. Cómo hablar de lenguaje inclusivo sin que se note (demasiado) de María Martín (Catarata, 2019) podría tomarse como combustible para seguir prendiendo el ambiente. Quizá si pontificara sobre el tema en los 14 capítulos y su anexo con sugerencias sobre usos prácticos. Nada qué ver.
La autora deja claro que se trata de propuestas, que desde su experiencia como especialista formadora en diversas áreas de los estudios de género para organismos públicos y privados, grupos políticos, judiciales y de la sociedad civil en España y Latinoamérica considera que pueden servir a quienes deseen acercarse y entrarle al lenguaje inclusivo. Valiéndose de agudas reflexiones salpicadas de humor, invita a que nos preguntemos qué es lo que nombramos, cuánto y cómo lo hacemos, así como lo que no nombramos y por qué. El objetivo es visibilizar el uso patriarcal del idioma y provocar a la imaginación con algo de rebeldía en busca de nuevos conceptos, algo que, sin ir más lejos, pasa todo el tiempo con palabras que se vuelven virales en las redes sociales.
Martín refiere que el lenguaje inclusivo va de la mano con el sentido común, pues las lenguas vivas cambian constantemente y se adaptan a las épocas; y no sólo reflejan dichos cambios, también los generan, transformando el pensamiento. Desde esa óptica, el lenguaje inclusivo no debería ser una moda conveniente aprovechada por los ámbitos político, publicitario, mediático, académico y cotidiano ―que además de usarla lo aplican mal, haciendo de los mensajes un suplicio farragoso que provoca burla, aversión y menosprecio― sino la cuña para abrir brecha a cambios culturales mediante la modificación de estructuras mentales patriarcales que durante siglos han determinado nuestra forma de pensar y hablar.
El lenguaje políticamente correcto no cambia la realidad, la dulcifica. El lenguaje inclusivo la transforma porque sitúa en ella a un sujeto ausente. Hace múltiple lo único. Muestra la trampa del mago: la mujer a la que corta la cabeza (¿por qué los magos siempre cortan la cabeza a una mujer?) en realidad eran dos; una siempre permaneció escondida.
[…] El lenguaje no sexista va mucho más allá de decir todas y todos. El lenguaje inclusivo implica ser conscientes de que hablar configura la realidad. No solo se configura a través del lenguaje, pero el lenguaje sí está presente en todos o casi todos nuestros actos. (p. 33)
(Spoiler alert: la solución tampoco es tod@s, todos y todas, todes o todxs. Suelto la bomba y me alejo lentamente).
¿Cómo hablar sin dejar fuera del discurso a la mitad de la población mundial? ¿Cómo expresarse de forma correcta, amena y comprensible sin discriminar a nadie? ¿Cómo usar el lenguaje para incluir y no para excluir? Son algunas interrogantes clave que Martín pone sobre la mesa en este libro, porque aún y que el uso generalizado del masculino genérico sea correcto, no quita que habemos quienes no nos sentimos incluidas en un “todos”, “ciudadano” o “trabajador”, y apelamos a nuestro derecho a ser y estar sin que cause rechazo. Porque se sabe, el lenguaje es una construcción humana, y por tanto, es político, a través del cual se expresan valores e intereses derivados de una visión particular del mundo.
¿Opciones? Alternar desdoblamientos (sin abusar), “nombrar en masculino y femenino, uso de impersonales y colectivos, elusión del artículo o el demostrativo” (p.63). Además, la autora sugiere:
Para evitar que quien nos lee o nos escucha acabe detestando el lenguaje inclusivo por nuestra falta de manejo, podemos alternar distintos recursos: usar una vez un genérico, a la siguiente masculino y femenino, eliminar después el artículo ante una palabra que por su terminación puede ser tanto de uno como de otro género gramatical… El alumnado, alumnas y alumnos, estudiantes, quienes estudian serían opciones para hablar de lo que en masculino genérico se nombraría, una y otra vez, como los alumnos. Porque, y aquí hay otro detalle interesante: cuando el masculino genérico se repite, rara vez lo notamos. Os invito a hacer la prueba. (p. 64)
Desde luego, el reto es conocer lo suficiente el idioma para detectar cuándo hay riesgo de que lo que se pretende comunicar vaya a perder claridad. Y practicar, mucho. Mucho.
Ni por favor ni por favora busca señalar fallos y ofrecer alternativas, a evidenciar dónde hay trampas en el lenguaje, y deja a nuestro albedrío caer o no en ellas. A sumar esfuerzos para pensar en posibilidades nuevas que se incorporen al uso común, luego a la norma, y tengan que ser recogidas en los diccionarios.
Al final, la propuesta de Martín no tendrá una aceptación unánime, y está bien. Que cada quien la revise ―y se revise― en la medida de sus posibilidades y circunstancias. Y comunique en congruencia con ambas.